El cantante, compositor y productor Abel Pintos presentó el viernes a la noche su espectáculo Amores y rarezas en un Estadio Amalfitani (del Club Velez Sarsfield) con el primero de dos shows absolutamente sold out (el segundo será hoy sábado a la misma hora).
El valor de Bahía Blanca paseó por el escenario, en una noche con amenazantes nubes cargadas de lluvia, su cetro y su corona de rey indiscutido del pop romántico argentino, demostrando una vez más que la fórmula simpatía más canciones de amor simples con letras melodramáticas y directas le han ganado ese trono desde hace ya años.
Empecemos con una verdad de perogrullo: Abel Pintos es lo que se conoce como un fenómeno. Y como tal no tiene una explicación lógica por detrás. Ante la pregunta de por qué genera lo que genera (que al parecer cada año va in crescendo) sólo se pueden balbucear algunas teorías sin fundamento comprobado.
El hombre, que cumplió 39 años de edad el 11 de mayo pasado le canta a un público netamente femenino. Anoche, de las 45 mil personas apiñadas en el estadio, prácticamente el 95 por ciento eran mujeres. Féminas con un promedio de edad de 40 años (había adolescentes, claro, pero también cincuentonas) que realizaron y protagonizaron un ritual colectivo cargado de energía emocional.
La primera parte
Exactamente a las 20:45 y tal como él mismo lo había anunciado en su cuenta de Instagram, Abel pisó el enorme escenario vestido con un ropaje que evocaba directamente a aquel otro que luciera Gustavo Cerati para sus 11 episodios sinfónicos en el Teatro Avenida, en el año 2001.
Aquella creación del diseñador Pablo Ramírez, que él mismo bautizó como «Patria» y que revivía la imagen de algunos próceres de estilo sanmartiniano, aunque muchos lo rebautizaron «El Principito». O sea, el famoso tapado largo ceñido en la cintura, con vuelo, que cubría un conjunto de chaleco y pantalón glitter (brillantes). Un homenaje, claro.
Con ese look napoleónico (ahora que está de moda el film de Ridley Scott, aún antes de su estreno) más ese touch “a la Sean Cónnery” que últimamente lo define en sus apariciones televisivas en Got Talent Argentina, Abel quedó parado frente a sus fans enloquecidas, en silencio, en actitud cuasi budista y meditativa. Y las tribunas rugieron.
Durante todo el show, más de dos horas y media, las damas allí congregadas rugieron en un trance cargado de extraño erotismo, como canalizando un impulso sexual que hubiera elegido ese escenario para liberarse.
El show, tal como su nombre lo aclara, se dividió en dos partes. Primero vinieron los amores, con temas como Sólo, Sueño dorado, Cactus (la otra referencia directa a Cerati, tema que se encuentra en el disco Fuerza Natural del ex Soda Stéreo), Cómo te extraño, No me olvides, Aquí te espero y Mi ángel.
Una seguidilla de canciones románticas de autores variados, muchas de ellas propias, donde las letras giran una y otra vez sobre los mismos tópicos: el amor imposible, el amor frustrado, la desolación, la tristeza por el abandono, la nostalgia de lo perdido, y la añoranza. En definitiva, las heridas del amor.
Y tal vez aquí se encuentre una de las explicaciones al fenómeno Abel Pintos. Con melodías simples (a veces hasta básicas) cargadas de un sonido folk y bien easy listening (canciones construidas con melodías fáciles de digerir), el cantante establece un vínculo singular con su público femenino.
No juega a ser un Maluma, no es un Ricky Martin, mucho menos propone la idea del macho imponente y dominador al estilo de lo que podría ser un Marco Antonio Solís. Sus cartas se juegan en otro terreno, el de la ternura y la fragilidad. La desprotección.
Abel podría ser el pretendiente perfecto que toda suegra desearía. Y tal vez lo desearía en más de un sentido. Hablo de una cuestión edípica que flotaba sobre todo en el grupo de mujeres más maduras. Porque había que ver dónde estaba el show. No en el escenario, claramente, donde todo estaba cuidado y preparado hasta el menor de los detalles.
No, el show lo hacían sus fans. Sobre todo las que desde temprano y desembolsando valores de hasta 130 mil pesos, invadieron lo que la producción dio en llamar “el VIP latino”. Allí (en el resto del estadio también, claro) ellas lloraban, se golpeaban el pecho, bailaban, saltaban con desenfreno y por supuesto lanzaban epítetos que harían enrojecer hasta a un Oscar Ruggieri.
Detrás mío, unas chicas de treinta y pico no paraban de gritar, cual beatlemanía criolla, y una de ellas llegó a decir, luego de uno de los tantos temas románticos…”ahora sí, acabé”. En clara alusión a un orgasmo. (Querido diario dos puntos debo re leer las obras completas de Freud).
A todo esto, Abel arengaba adecuadamente desde el escenario, ensayando pasos sugestivos o tirando besos. Como se señaló anteriormente, una fiesta de los sentidos donde el erotismo jugó su papel central.
Pero había algo más. El manejo de las emociones. Esa complicidad de ribetes familiares que tan seductoramente propone el artista. Parece imposible, para cualquiera de las mujeres allí presentes, no caer en esa seducción. Hasta incluso sería mal visto. Pero, ¿y dónde estaban los hombres?.
Los pocos hombres que asomaron por Vélez apenas sí jugaron un cuasi invisible papel de meros acompañantes. Estaban dibujados con crayón. A tal punto que varios de ellos se entretenían con sus celulares (uno hasta se dio a repasar el match de fútbol Argentina-Uruguay por YouTube, saludo de Bielsa y Aymar incluído) y cada tanto levantaban sus narices para ver lo que sucedía sobre el escenario. Mientras tanto un grupo de chiques LGTB, en el centro del VIP, disfrutaban nivel paraíso.
Las rarezas del segundo tramo
Luego de la primera parte del show, claramente desbalanceada a favor de la música romántico-melódica, llegó el momento de las «Rarezas» del título del espectáculo. En tres oportunidades, en formato reportaje y a través de filmaciones previas proyectadas en las enormes pantallas laterales, un Abel descontracturado, negligée, vestido con remera, jeans gastados y zapatillas, sentado en una silla de director, respondía algunas preguntas de tono orientativo. Y en la última explicó el por qué del rótulo «Rarezas»:
“Los amores vienen a ser las canciones que todos amamos, conocemos. Y las rarezas vienen a ser algo que tiene que ver con mi adolescencia. Mis bandas favoritas a veces pasaban cuatro o cinco años sin grabar un disco nuevo, y en ese tiempo solían editarse unos discos que eran de rarezas», dijo.
Y agregó: «Uno podía escuchar cosas inéditas, demos o grabaciones en vivo. En este caso tiene que ver con darme el lujo de cantar para ustedes algunas canciones que tuve la oportunidad de grabar con artistas a los que quiero mucho, en colaboración. Es decir que fui invitado, de otros artistas sobre todo internacionales. Y esas canciones se hicieron muy conocidas y muy queridas en Argentina. Tan así que mucha gente piensa que son mías. Pero nunca las canté en vivo. Quiero darme el gusto de sentirlas un poquito más mías y que el público que viene a verme las pueda disfrutar en vivo alguna vez”.
Y allí arrancaron las rarezas entonces. Primero con Carta urgente, grabada junto a la española Rosana, de su disco 8 Lunas. Siguieron Deseo de cosas imposibles, aquel simple de La Oreja de Van Gogh que tuvo más de 200 millones de visualizaciones en Youtube, Corazón hambriento (una canción de 2014 registrada junto a India Martínez), Mi plan de vida, oportunamente grabado con la puertorriqueña Kany García, Y la hice llorar (de Los Angeles Azules), El hechizo (con Beatriz Luengo), y Camina junto a la banda santafecina de cumbia Los Palmeras, entre otras.
Para este segmento, Pintos se guardó una carta fuerte: la presencia en vivo de su amigo, el lujanense Luciano Pereyra. Juntos entonaron Tiene tu amor, donde Luciano hizo gala de su garganta poderosa. Pero el show siguió, siempre bajo el impulso (y el pulso) febril de su público liderado por sus fieles clubes de fans.
Y siguió con esa tendencia de canciones de tono adolescente, como si fuese un revival de aquel primer Sui Géneris que le cantaba a los púberes encerrados en sus habitaciones. Pero hoy, donde artista y público rondan ya los cuarenta. ¿Nostalgias?. Tal vez.
Mención aparte para el vestuario. Los cambios de ropa en sus shows es algo a lo que Abel Pintos ya nos tiene acostumbrados. Y esta noche no hubo excepción. Mucho, mucho brillo (el famoso glitter antes expresado) que junto a una pequeña colección de anteojos originales y bizarros lo asemejan a un Elton John vernáculo. Sólo le estaría faltando el piano. Y como Elton, el bahiense sigue dispuesto a batir records. De ventas y de premios, en una espiral ascendente donde el éxito no reconoce techo.
Impecable la banda de acompañamiento, donde su hermano Ariel es guitarrista y además director musical. Con una base rítmica inmaculada donde sobresale el trabajo de Dani Castro (un cuatro cuerdas guerrero de incontables batallas) y El Colo Belmonte (ex La Portuaria) a mitad de camino entre un John Bonham (Led Zeppelin), cuando se le ocurre sonar pesado, y con la escuela aprendida de Ringo Starr. Es decir: un acompañante medido, perfecto.
Completan el combo Alfredo Hernández, sutil en los teclados, Julio Flores al acordeón (para las canciones más “tropicales” y americanistas, como El Alcatraz, una composición del gran poeta peruano Nicomedes Santa Cruz que en su momento popularizó el grupo Markama en nuestro país) y Natalia Césari en handpan, un tambor metálico con forma de OVNI que se ha puesto muy de moda.
Algo más. En realidad dos cosas, y que son a título personal, con todo respeto y si se me permite. Abel: no es necesario que grites y te sobreexijas en las notas agudas. Porque ahí corrés el riesgo de desafinaciones, cosa inevitable cuando se va tan alto cantando en vivo, sobre todo en una noche con demasiada humedad que puede afectar la garganta. Y lo segundo, qué bueno es escucharte salir de tu zona de confort melódico, exponiéndote con audacia a otras músicas como en Bella flor y Revolución (nada que envidiarle al mejor Babasónicos).
Ya en los bises, el cierre fue con Piedra Libre, el tema que Abel Pintos le dedicó a su hijo Agustín. En síntesis: anoche asistimos a un rito, un paroxismo colectivo de tono fuertemente erótico, de canalización de libidos, y hasta con algún tinte religioso si se quiere (Pintos es una persona muy religiosa, dicho por él mismo en varios reportajes), más un repertorio romántico, más varios Lados B en la discografía del cantante. Señoras y señores…Abel Pintos, un fenómeno sin explicación a la vista. Como se debe.
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