14 de noviembre de 2024

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Antonio Fontana: “En la familia siempre hay algo que rascar para escribir” – Zenda

Antonio Fontana: «En la familia siempre hay algo que rascar para escribir» – Zenda

Imágenes de portada y artículo: Ángel David Macías López Literatura y Periodismo. Las dos palabras en mayúscula. También Málaga y Madrid (con billete de vuelta). Antonio Fontana (Málaga, 1964) ha logrado una obra muy sólida en seis novelas que conforman un corpus de prestigio de un autor obsesionado con la memoria y la familia. En

Imágenes de portada y artículo: Ángel David Macías López

Literatura y Periodismo. Las dos palabras en mayúscula. También Málaga y Madrid (con billete de vuelta). Antonio Fontana (Málaga, 1964) ha logrado una obra muy sólida en seis novelas que conforman un corpus de prestigio de un autor obsesionado con la memoria y la familia.

En la entrevista con Zenda charla de su etapa en ABC, que recuerda sin nostalgia y con cariño. Trabajó tres décadas en el periodismo cultural. Un periodista y un novelista. Otra vez Literatura y Periodismo. Ahora se levanta temprano, escribe y escribe. Corrige y corrige sin fin. Ganó en 2020 el Premio de Novela Café Gijón con Hasta aquí hemos llegado. En 2017 logró el Premio Málaga de Novela con Sol poniente. Su última novela es Una mujer furiosa (Siruela, 2023).

*****

¿Hay que contar el final en la primera página?

(Silencio de dos segundos). Lo hago para que el lector esté alerta y engancharle. Sé que corro el riesgo de que con la primera frase pueda parecer que es una novela de intriga. Si lo dijera, estaría estafando a los lectores. Es una intriga un tanto peculiar a lo Antonio Fontana: no hay pistas. Lo que hay que son recuerdos de los que tirar del hilo. No existe ni un investigador, ni un policía que vaya lupa en mano. Hay una persona que recuerda y que intenta descubrir qué pasó en el verano de sus 12 años, cuando su familia saltó por los aires. Pero para llegar a ese verano tenemos que retroceder un tanto en el tiempo para poner en situación al lector. Eso me permite hablar de la Transición y de la política sin que se note demasiado. Soy de los que piensan que una novela tiene que estar en las primeras páginas. No te digo que esté en la primera página, pero sí al menos insinuada. Y esa primera frase tiene que representar su espíritu. Esa primera frase es un señuelo, es el anzuelo para que el lector, si está reclinado mientras lee, se enderece y diga, ¿esto qué es? A mí me gusta que el lector no se confíe, que esté en tensión, que no sepa por dónde le van a venir; si la curva es a la derecha, si la curva es a la izquierda. Bueno, lo que quiero es provocar algo. No solo comunicarme con el lector, quiero sacarle una sonrisa o un escalofrío. 

¿De verdad que es una historia de amor, como dices en las tres últimas frases del primer capítulo?

«¡Cuántos secretos habrá metido en los cajones de las familias! Tiene que haber montones de cosas interesantes«

Es una historia de amor, es una historia de amores. Una historia de un amor ya cansado; una historia de un amor en su final, que es la del matrimonio que forman Martina y Bruno, los padres del narrador. Y luego hay otra historia de amor, nada convencional, de la que prefiero no hablar porque, claro, es el meollo del argumento. Y si destripo esa parte, la novela tiene menos efecto de que yo quiero que tenga. Pero sí, básicamente, se trata de una historia de amor: es una historia de culpa, de venganza, de familia, temas que a mí me interesan muchísimo. Una novela sobre la memoria, uno de los temas que me obsesionan. Porque siempre estoy dándole vueltas  a los mismos temas. Si ahora mismo cayera un ovni aquí, justo en este preciso momento, como escritor, no me interesaría nada. Pero si me invitas a tu casa y te veo en pareja o con tus padres, si te veo en tu salsa, eso me interesa muchísimo. Bueno, o mi familia, o la de mis hermanos, no tienes que ser tú. Entre un ovni y una familia, yo me quedo con la familia. Ahí siempre veo algo que rascar. ¡Cuántos secretos habrá metido en los cajones de las familias! Tiene que haber montones de cosas interesantes. 

En toda tu trayectoria recurres a la memoria, pero en realidad no es tu memoria. 

No, no. Todos los personajes tienen cosas mías. En ese sentido, soy muy padre de mis personajes. Pues mi pasión por la literatura se la presto a Santi, el narrador. En alguna que otra sesión se la presto a Martina, la madre. Yo soy muy palabrotero, esa parte se la doy a la abuela.

Hay escenas desternillantes. 

Parto de la base de que no se puede hablar de según qué cosas si no lo haces un poco digerible. Hay que recurrir a la ironía, que hoy está probablemente muerta: nadie la entiende, enseguida nos ofendemos por todo.

Puede que esté muerta la ironía en las redes sociales, pero no en la literatura, ¿verdad? 

La literatura sigue siendo una salida, gracias a Dios… La peor censura es la autocensura. Pero yo, en lo que escribo, intento ser libre. Creo que con humor y con ironía puedes contar cosas que de otra forma serían muy duras para el lector. 

Por ejemplo, en tu novela Hasta aquí hemos llegado. Explica cuál era tu intención. 

Quería escribir sobre una residencia de ancianos que no tiene nada que ver con la pandemia que hemos padecido y que ha dejado cientos de muertos en ellas. Surge después. Si no lo hubiera escribo con ironía o con humor negro, creo que hubiera sido absolutamente indigesta. 

Esa novela me parece muy original y muy distinta al resto de tu obra.

Creo que esa novela no la escribí yo, que me la dictaron. Sí, yo tenía una sensación rarísima, muy rara, muy rara. Nunca me lo pasé tan bien escribiendo un libro.

¿Y Sol Poniente puede ser la más tuya, la más luminosa? 

«La más luminosa es Hostal Parisien. Esa es la historia de mi familia pasada por la túrmix de la ficción«

La más luminosa es Hostal Parisien. Esa es la historia de mi familia pasada por la túrmix de la ficción, pero esa es la novela más amable, con sus sombras, porque si no, no la escribiría yo. Pero la más luminosa sería Hostal Parisien. Sol Poniente es una historia sobre la infancia, del barrio de Perchel, que es donde yo me crio, el de mi infancia y adolescencia.

La dicotomía entre el campo y la ciudad son claves en Una mujer furiosa.

El padre está muy apegado al pueblo. Es una persona muy fuerte y ha conseguido labrarse una carrera académica lejos. Cuando vuelve a sus orígenes regresa a su infancia, a su hogar. Y la madre, Martina, no. Ella ha salido de Madrid, pero no sabemos muy bien en qué circunstancias. Pero lo último que ella quiere es el vecindario, estar en el pueblo, y ser fiscalizado por unos y por otros, nunca para bien. Es un choque de formas de pensar. Ambos, el padre y la madre, viven un amor ya gastado, un amor que vive ya sus horas finales.

Es una novela también pop, una referencia al programa de Un, dos, tres, a las canciones de Pablo Abraira o de Mocedades, a todo ese mundo de ese momento de finales de los setenta y principios de los ochenta.

¿Cómo no vas a hablar de la España de aquel momento sin encender la radio y sin escuchar la música que ponían? Pues está Julio Iglesias y Janet. Crecí con esas canciones, con estos cantantes. Y con esos programas o series como Curro Jiménez, La Casa de la Pradera o Marco, aunque ya era más mayor. Yo no soy solo lo que he leído: también lo que he visto y lo que he oído. 

En alguna entrevista hace tiempo dijiste que eras un escritor vaca. Explica un poco esa denominación. 

«Estoy todo el rato moviendo el texto. Parto de la base de que los escritores, en lo que se refiere a argumentos, son muy poco originales«

Ah, bueno, sí. Digo vaca porque yo tardo mucho en dar por bueno algo. Es decir, lo que yo escribo hoy y que me gusta mucho, mañana lo reviso y probablemente lo borre. Yo más que escribir, corrijo. No tengo borradores de mis novelas. Estoy constantemente cambiando el texto y por eso no se lo doy a leer nunca antes a nadie. Ni siquiera a gente de confianza porque lo que puede valer en agosto, en septiembre ya no. Estoy todo el rato moviendo el texto. Parto de la base de que los escritores, en lo que se refiere a argumentos, son muy poco originales. Valemos por nuestra voz. Entonces, para buscar mi voz, mis palabras, tengo que trabajar muy bien el texto. Yo me lo pasaría mejor yéndome al cine. Vivo en una finca de un pueblo y podría dedicarme a los árboles y a las plantas. Pues no. Estoy ahí, concentrado delante del ordenador.

¿A qué hora te levantas?

A las seis y media o siete de la mañana. Mi marido se va a trabajar a Fuengirola. Paro para comer y sigo después. Puedo escribir un 25 de diciembre, un 31 de diciembre o un 1 de enero. 

¿Escribes todos los días? 

A ver, lo intento… Si yo viviera solo, haría de mi capa un sayo. Tengo pareja y otros escritores tienen hijos adolescentes. Escribir una novela es un trabajo, no tanto una inspiración. A mí eso de que tú vas por la calle y de repente ¡pum! tienes una idea. Bueno, puede ser, sí. Llevo aquí una libretita y voy apuntando cosas como alguna frase, alguna historia. Ahora también utilizo las notas de WhatsApp. Pero eso ocurre muy pocas veces. Tienes que estar la mayor parte del tiempo con los dedos en el teclado, aunque hay mañanas que son absolutamente perdidas, que tiraría a la papelera. ¿Qué he hecho esta mañana?, me pregunto. Nada, nada. Y de repente me levanto, me pongo a preparar la comida, me tomó un café y digo, ¡es esto! ¿Lo que estaba buscando es esto? Si he dejado la cabeza descansando del trabajo me he tomado un café y después de comerme unos macarrones, te puede venir la idea. 

Antonio Soler, una de tus grandes referencias literarias, tiene una dieta de un folio y medio al día. 

«A mí las frases… las buenas frases me dan mucho miedo. Porque son buenas frases hoy, pero mañana no lo son«

Si yo tuviera un folio y medio todos los días diría: “Ole”. Pero no, no. Hay días en los que no hay nada. Hay días que puedo escribir un folio y hay días en los que tres. Pero si hay un folio, un folio y medio o tres, o medio folio que medio me gusta, mañana vuelvo a ello y digo, ah, a esto hay que darle una vuelta. A mí las frases… las buenas frases me dan mucho miedo. Porque son buenas frases hoy, pero mañana no lo son. Hay que revisar, corregir y reescribirlo. No hay que no conformarse.

¿Escribes de modo habitual por las mañanas? 

No, no. O por la tarde o por la noche… depende. Por la noche lo hago menos. Porque si te levantas a las 7, no puedes a las 8 y ya está el rubí. No, yo, vamos, pudiendo tener toda la mañana y toda la tarde me parece que es un privilegio. Nunca he sido nocturno. Era de los que se levantaba para los exámenes a las 4 o a las 5 de la madrugada, repasaba, seguía estudiando, pero yo por la noche no funciono.

Esta novela la tenías casi acabada, pero te dio un infarto y la revisaste en la UCI del Hospital de Antequera.

El proceso de construcción de un libro es muy lento. Yo ya había entregado el libro a mi agente, ya lo tenía Siruela, ya había firmado el contrato. Y ya estaba con las pruebas finales. Es decir, tú bendices eso o corriges y luego eso va a imprenta.

¿Tenías antecedentes cardiacos?

«A mí lo normal es que me hubiera dado tres infartos al día cuando trabajaba en el suplemento ABC Cultural«

Nada, absolutamente nada. A mí lo normal es que me hubiera dado tres infartos al día cuando trabajaba en el suplemento ABC Cultural. Claro, eso es lo normal. Pero no ahora, que vivo en una finca, que oigo pajaritos, que la vida no puede ser más tranquila. En el periódico tenía la espada de Damocles del cierre. En el diario, cada día. En el suplemento, una vez a la semana. Publicidad que entra, que sale, la crítica que no llega… es un no parar. Hace unos años, cuando ya estábamos en pandemia, me dio una especie como de opresión en el pecho. Coincidía que tenía una consulta telefónica con el médico del pueblo. 

Volviendo a la UCI: pediste el ordenador.

Le dije a la jefa de la UCI que quería trabajar. “¿Qué quiere decir trabajar?”, me preguntó. “Pues que si me pueden traer el ordenador”. “Hombre, es que no es lo normal. Te vas a poner muy nervioso”. Le dije que me iba a relajar mucho. Y es lo que hice: me quité trabajo y envié la novela terminada.

¿Qué cambios hiciste?

Nada del argumento, claro. Mejoré un poco los diálogos y cosas así. En las pruebas finales ya no hay tanta corrección. Soy un maniático: todo se tiene que decir de la mejor forma. El libro tiene que salir lo mejor posible.

¿Y tú piensas que el infarto te ha cambiado como escritor?

¿Por el infarto? No, no, no. Me pusieron dos stent, me han limpiado por dentro y, hombre, ahora tengo, creo, demasiada medicación. En la próxima cita con el cardiólogo supongo que me empezará a bajar la intensidad.

¿Cuál fue el primer libro que te marcó?

Tras Los cinco y los de Agatha Christie, la primera gran lectura que tuve fue San Manuel Bueno, mártir. Esta obra me enseñó que la literatura no es solo una aventura para disfrutar. Para mí fue un libro fundamental, como luego Cinco horas con Mario o Las bailarinas muertas. 

¿Eras buen estudiante en el colegio (cursó desde Preescolar a COU en Los Olivos, regido por los Agustinos de Málaga)?

«El periodismo es urgencia y la literatura debe ser, creo yo, algo más reposado. Es la única diferencia que yo encuentro«

No abomino del colegio, ni nada de eso. Me encantan las clases de literatura y las de  filosofía. Igual que odiaba el latín y todo lo que fuera ciencia y sobre todo matemáticas. Tú háblame de números y es que dejo de oírte automáticamente. Tras acabar COU no sabía a qué me iba a dedicar. Podría haber estudiado Derecho o Filosofía y Letras. No tenía ni idea. Nunca fui de los que decían: oh, me encantaría Periodismo. No, no, no, yo creo que hice Periodismo porque eso me permitía dedicarme a la prensa escrita, dedicarme a escribir. De hecho, recién ingresado en la escuela de prácticas de ABC, me surgió la posibilidad de trabajar en los servicios informativos RTVE. Dije que no, que me quedaba en ABC. Insisto: yo lo que quería era escribir. Luego, claro, te das cuenta que el periodismo tiene que ver con la literatura. El periodismo es urgencia y la literatura debe ser, creo yo, algo más reposado. Es la única diferencia que yo encuentro.

Francisco Umbral decía que la mejor literatura estaba en los periódicos.

No te digo que no. Hay periodistas que son una maravilla.

¿Quién, por ejemplo, de los actuales?

Te puedo decir los que más leo. Leila Guerriero me encanta. Me parece que es de otra galaxia, de otro mundo. Escriba de lo que escriba, hace una obra de arte. Me gusta también mucho Rosa Belmonte, por ejemplo. Y Martín Caparrós, claro, ¡cómo no me va a gustar Martín Caparros! Aunque yo creo que Leila Guerriero es otra cosa, otro nivel superior. Yo estoy ahora pendiente de las redes sociales cuando todo el mundo abomina de ellas, pero con Twitter [ahora denominada X] accedo a cosas a las que no accedería de otra forma porque alguien incluye un enlace o un pantallazo. ¿Tú te das cuenta que yo vivo en el pico de un monte? Salgo a la puerta de la finca y no hay calles. Allí, si yo quiero ir andando al pueblo, tardo hora y media. Hora y media. Si cojo el coche, tardo diez minutos. Allí no se puede comprar el periódico. ¿Cómo estoy conectado? Por redes sociales o por la televisión. Yo no puedo decir que vivo en el monte, como te lo he dicho: vivo en el monte 3.0., claro, porque tengo conexión con internet y un móvil fantástico, aunque falla alguna vez. Las redes sociales, en mi caso Twitter, me permiten leer los artículos de Guerriero publicados en Argentina y en España. Gracias a las redes sociales, que bien utilizadas pueden ser muy buenas, estoy conectado con editoriales.

¿Cómo valoras el periodismo actual? ¿No crees que hay muchos agoreros, apocalípticos?

«A mí me pasa con el periodismo como con la novela. Que han anunciado su muerte desde que nació«

A mí me pasa con el periodismo como con la novela. Que han anunciado su muerte desde que nació. Y otra cosa, ya no me la creo. El periodismo puede tener baches o tener mala salud. Creo que le pasará lo que a la literatura, o lo que a la novela en concreto: que tirará para adelante. La desinformación se ha colado ya en todos los aspectos de nuestra vida. Que si tú ya no te informas… Llega un momento que ya no sabes si te estás informando o te estás desinformando. También depende de la cabecera que leas, quiero decir. Pero creo que la ideología, vamos a decir, la propaganda, ha dejado de ser un asunto de guerra para ser un asunto del día a día. El periodismo, con estornudos, tiene buena salud.

¿Y el periodismo cultural en concreto y los suplementos?

A mí me parece fundamental la labor que se hace. ¿Cuántas novedades se publican al día? Se publican tropecientas mil al día. Alguien debe escribir todo eso. Si yo tuviera una librería, estaría hojeando constantemente. No haría otra cosa que hojear libros. Pero no puedo hacer eso. Tampoco tengo una librería a mano para preguntarle al librero. ¿Quién me informa de lo que a mí me interesa, que es la literatura? Pues un suplemento literario. También hay crítica en redes sociales. El caso es estar informado de lo que me interesa, que son los libros.

¿Estuviste tres décadas en el periodismo cultural. ¿Lo ves ya como algo pasado?

«¿Cómo compaginas el periodismo cultural si estás trabajando con editoriales para promocionar tus propios libros?«

Ha sido una experiencia larguísima. Y he estado en el suplemento estrella durante mucho tiempo. También estuve, en primer lugar, en Internacional, luego hice información regional. Luego también estuve en lo que se llamó hueco grabado, las páginas gráficas del principio y del final. Y después de publicar mi primera novela, di el salto a ABC Cultural. Desde el primer momento quería escribir de Cultura. Y me ‘tiraba’ más el suplemento que la sección. Empecé para hacer música y me dije: “Dios mío, ¿qué hago aquí? Hice lo que pude, intenté hacerlo bien. Y con el tiempo me pasé a los libros. Estaba en contacto con los críticos, con las editoriales, con las novedades. Y,  claro, me surgió un conflicto. Yo, Antonio Fontana, periodista, en contacto con editores. Pero yo soy también Antonio Fontana escritor. ¿Cómo caso todo eso? Ya había publicado mi primera novela, sí. También sabía que lo que me pagaba las lentejas era el periodismo. ¿Cómo compaginas el periodismo cultural si estás trabajando con editoriales para promocionar tus propios libros? Lo que hice fue hablar con un agente. Así conseguí tranquilizar mi conciencia. Porque yo para esas cosas soy muy raro, muy escrupuloso.

¿Y la crítica? ¿Cuál es su estado, a tu juicio?

Tú puedes ser prescriptor desde un blog, pero los suplementos siguen teniendo su espacio y su público. En un suplemento busco seriedad. Quiero leer a José María Pozuelo Yvancos. Es la voz prescriptora dentro del apartado de narrativa en español. Como en poesía lo es José Jaime Siles. Cada suplemento tiene su cuerpo de críticos. También es verdad que no todo el mundo ya se informa en un suplemento. Los hay que lo hacen con un librero. 

¿Cómo fue la decisión de abandonar Madrid y de venirte a Málaga?

Pues yo creo que no fue una decisión, fue un salto al vacío de una persona que estaba loca. Pensé que me iba a romper una pierna o dos, pero no me rompí nada. ¿Y por qué lo hice? Porque eran muchos años haciendo lo mismo. Y porque un trabajo, aunque te guste, cansa. Y porque yo quería hacer otras cosas.

¿Veías que no podías compatibilizar el periodismo cultural con tu carrera literaria en Madrid?

Por supuesto que podría haberlo hecho. Cuando me fui de Madrid ya había publicado cinco novelas. Pero claro, la parte de León de mi tiempo se la llevó la redacción. Y no es que ahora escriba más rápido. Es que ahora todo mi tiempo es para mis libros. También hago otras cosas: corrijo novelas ajenas. Me programo el tiempo.

¿Y no podías seguir escribiendo artículos, reseñas o reportajes? ¿No te apetece o no ha habido oportunidad?

«Yo abro el capó de un coche y no veo nada: solo cables, piezas misteriosas. Y abro un libro y lo entiendo«

Pues no me lo han ofrecido. Y no sé si lo haría. No lo sé. Porque al principio lo echaba mucho de menos. No echaba de menos las entrevistas, no. Echaba de menos la crítica. El poder leerme un libro y contárselo al director. Tenía un «mono» tremendo. Te lo digo de otra forma. Yo abro el capó de un coche y no veo nada: solo cables, piezas misteriosas. Y abro un libro y lo entiendo. Claro, también pienso, pues esto lo haría yo así. No soy de cosas manuales. Me das un mueble de Ikea y me pongo a llorar.

Te fuiste de Madrid y de ABC Cultural en 2017.

Sí, durante año y medio seguía con ese ‘mono’. En el suplemento hice reportajes, entrevistas y crítica. Yo me he acercado a los escritores que me han dado la gana. Además, totalmente entregado. Yo ya tenía una mini carrera literaria, tenía cinco libros publicados, pero quería enfocar mi vida de otra forma. Y en Madrid era muy difícil, hay demasiadas tentaciones. Yo siempre, desde el primer día que llegué a Madrid, en la Universidad de Ciencias de la Información, en la facultad, en ABC, siempre he querido volver a Málaga. Siempre, siempre. Para mí mi tierra es muy importante. Pero yo estaba deseando, por favor, que me hicieran una oferta de trabajo para venirme acá. Para mí trabajar aquí, vivir aquí, me parece un privilegio. Y Madrid es una ciudad fenomenal: su oferta cultural no es comparable, pero Málaga… también es muy difícil ser un escritor de fin de semana, de noche suelta y de vacaciones. Era un escritor de fin de semana y de los meses de agosto. Y yo he tardado siete años en escribir una novela. No tenía la capacidad de salir de una redacción de noche y ponerme a escribir un libro.

Volviendo a Una mujer furiosa. ¿hasta qué punto es determinante el tema de la homosexualidad?

«Para que una mujer pudiera tener una cuenta en el banco necesitaba el permiso de su marido. Esto le ha pasado a mi madre«

Hay dos temas que van ligados: el papel de la mujer y el de la homosexualidad. Llevarlo a los años de la Transición me permite ver cómo ha evolucionado todo hasta el día de hoy en el que la patita está asomando por debajo de la puerta y sabemos qué hay al otro lado de la puerta. Y los derechos que tenemos hoy los podemos perder con un chasquido de dedos. Para que una mujer pudiera tener una cuenta en el banco necesitaba el permiso de su marido. Esto le ha pasado a mi madre. Yo creo que hay mucho que pelear todavía. El libro también puede servir para que la  gente de mi generación o de generaciones un poco anteriores recordasen cómo era aquella España. Y a mí me interesa mucho la homosexualidad porque soy homosexual. Porque creo que para personajes y narradores heterosexuales ya están otros autores. Prefiero llevar los temas a mi terreno: me siento más cómodo. Lo cual no quiere decir que sea una novela con todos los personajes homosexuales. Claro que yo quería también hablar de la incomunicación. Un padre que conviviendo con su hijo, viviendo bajo el mismo techo, no se comunica con él nada más que a través de libros que deja abiertos y subrayados. A mí se me hace terrorífico. De alguna forma, es terrorífica ese paternidad. La novela tiene muchos temas y las críticas están siendo buenas. 

¿Dejas libros abandonados, sin leer hasta el final?

Sí. Sigo leyendo y disfrutando mucho, pero cuando un libro no me hace disfrutar, paso al siguiente. Yo soy un loco compulsivo de los libros. Entre los que tengo sin leer y los que sigo comprando… sabes que hay obras que tienes en tu biblioteca que sé que no leeré nunca. 

¿Cuál es tu relación con los clásicos?

Los clásicos están siempre conmigo, para releerlos o como fuente de inspiración. El Decamerón, por ejemplo, me impulsó a escribir Hasta aquí hemos llegado. Y otro libro que podríamos considerar un clásico, Pasaje a la India, de E. M. Forster, sobrevuela las páginas de mi novela Sol poniente. Pero reconozco que tengo asignaturas pendientes como Proust y Joyce. También reconozco que, a pesar de haber leído tres veces El Quijote, no encuentro en él la fascinación que a otros les hace sentir. Será un defecto mío, seguramente.

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Antonio Fontana presenta este miércoles, 13 de septiembre, a las 19 horas, su novela Una mujer furiosa en la librería Luces de Málaga junto a la gestora cultural Cristina Consuegra.


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