Era una mañana soleada en Zimbabwe (en la región agrícola que luego sería llamada Ruwa, más precisamente). Decenas de alumnos de entre 6 y 12 años de la Escuela Ariel estaban en el recreo cuando se desarrolló el acontecimiento descrito en el episodio 2 de Encuentros, la nueva serie documental de Netflix.
De repente, una luz encandilante rompió la ociosa calma. Muchos empezaron a correr, algunos se quedaron mirando inmóviles, otros tantos gritaron: “¡OVNIS!”.
Y allí estaban, vestiditos de negro como si fueran buzos, con su cabeza grande y verdosa y sus ojos oscuros, enormes e hipnóticos. Su mandíbula, puntiaguda, tenía forma de “W”.
Habían descendido de naves espaciales. Objetos voladores no identificados de diferentes tamaños con forma de disco y lucecitas que, en su estadío final, permanecían flotando sobre la maleza en las afueras del patio. El espacio, abundante en naturaleza, solitario entre los árboles y la tierra, era ideal para su aterrizaje anónimo.
El sonido de la escena, como el que emanan las flautas.
Kudzanai, Emma, Salma y Lisil eran algunos de los pequeñitos que recibieron su mensaje. Ellos -los aliens- se les acercaron a pocos metros de distancia e ingresaron en su conciencia por telepatía, dejándoles para siempre un mensaje… ecologista.
La misión de los visitantes era la de advertir a este selecto grupo de jóvenes los problemas ambientales que habría en el futuro.
Eran entre uno y cuatro. Ningún nene los tocó. Tras unos diez o quince minutos, Ellos se fueron.
Algunos alumnos les contaron la historia inmediatamente a los profesores, que se perdieron la función por haber estado reunidos en la sala de maestros. Ninguno les creyó. Les dijeron que seguramente había sido un jardinero que andaba dando vueltas por allí.
Cuando llegaron a sus casas después de clases se lo narraron a sus padres. Ellos tampoco confiaron en su palabra, pero sí lo hicieron lo suficiente como para al día siguiente preguntarle a la directora de la escuela qué era lo que había sucedido la mañana anterior. Esa calurosa jornada del 16 de septiembre de 1994.
Las secuelas del encuentro
Varios de los 62 niños que declararon haber visto a los extraterrestres ese día, hoy, ya adultos, siguen firmes en su discurso. Esto queda clarísimo en “Creyentes”, el episodio del documental de Netflix en donde aparecen sus entrevistas.
La mayoría de los jóvenes pertenecía a familias blancas pudientes de Harare, la capital del país. Eran enviados a Ariel por tratarse de una escuela privada, cristiana, exclusiva y muy ligada a la conexión con la naturaleza.
La historia, para algunos, significó un trauma; a otros les causó problemas familiares; a un pequeño grupo los enfrentó con las autoridades religiosas que tanto respetaban, que los obligaban a creer que era todo mentira. A todos los unió un denominador común: la incomprensión.
“Vi un objeto grande flotando y pequeños a su alrededor”, dice Salma en Encuentros. “Un disco plateado y brillante, con luces”, suma Kudzanai, que en ese momento, recuerda, tenía miedo de que un rayo láser le cortara la cabeza.
Pero así como están los creyentes también están los escépticos.
“Lo inventé todo”, dice el ex alumno Dallyn.
Dallyn maldice el día en que se le ocurrió hacer la broma que, según él, le cambiaría la vida a sus compañeros. Esa mañana, a modo de travesura, les dijo a todos que “esa roca” que brillaba “allá, a lo lejos” era un OVNI.
“Los de primero y segundo se lo creyeron, pero no había aliens corriendo por ahí”, asegura. Pero el boca a boca -muy cruel, en este caso- hizo más grande su historia y volvió caótico el recreo.
A casi treinta años del avistamiento, Dallyn sigue creyendo que sus ex compañeros tienen problemas mentales. No puede entender cómo es que siguen sosteniendo una mentira y está convencido de que para empezar sanar deben enfrentarse a personas que les digan que su encuentro con los E.T. no fue real.
Tapfu, uno de los testigos, se permite disentir acerca de la versión de Dallyn: “De seguro no era una roca. Sé cómo son las rocas”.
El avistamiento más importante del siglo XX
El contexto es muy importante para comprender la ambigüedad del caso.
Dos días antes, Zimbabwe se había convulsionado por la supuesta aparición de un OVNI. La radio local más conocida informaba la noticia de que unas bolas de fuego habían atravesado un sector del país. La OVNI-manía estaba a full y hay quienes se preguntan si pudo haber afectado el relato de los niños o no.
El avistamiento comenzó a popularizarse a nivel nacional cuando se implicó en él la investigadora Cynthia Hind, quien ya había registrado otros encuentros con E.T.
El 20 de septiembre, unos días después del aterrizaje, Hind se acercó a la escuela y entrevistó a los niños. Un grupo negó haber visto a los aliens, pero decenas que lo afirmaban extrañamente coincidían en su versión de los hechos. Estos hicieron dibujos de lo que habían visto y, sorprendentemente, todas las obras eran más o menos iguales.
La noticia llegó a oídos de BBC y, posteriormente, a los de una eminencia de Harvard. A partir de allí, el encuentro UFO se universalizó.
Esta eminencia era John Mack, un psiquiatra y profesor de la prestigiosa universidad estadounidense que venía de ganar un Pulitzer y había creado el departamento de psiquiatría de Cambridge.
Mack estaba extrañamente interesado en el tema, y eso ponía nerviosas a las autoridades de la universidad. El psiquiatra se paseaba por todos los canales de TV contando sus historias con testigos de OVNIs y se notaba interesado en el caso de Ruwa.
Para frenar a Mack -que había entrevistado a 100 avistadores de OVNIs y estaba dispuesto a viajar a África- Harvard organizó un proceso secreto. Contrató a un abogado, Eric MacLeish, para que estudiara el caso.
Específicamente, el decano de la Facultad de Medicina, Daniel C. Tosteson, nombró a un comité para que revisara la atención clínica de Mack y la de sus entrevistados.
Pero al profesor, al que ya tildaban de desequilibrado mental, no le importó nada. Viajó a África y permaneció diez días allí investigando el caso de la Escuela Ariel.
Los niños hallaron en él una figura paternal a la que podían confiar su historia. Muchas de las entrevistas que Mack les hizo -y se pueden ver en el documental- lo demuestran.
El saldo de las conversaciones de Mack con los niños le jugó una mala pasada al profesor a nivel profesional. Todo cuajaba, entonces él, que en un comienzo se había mostrado escéptico, comenzaba a creer cada vez más en las declaraciones de los niños.
Sus entrevistados decían cosas parecidas, todos eran niños y no tenían enfermedades mentales diagnosticadas (tampoco las tendrían de adultos). ¿Por qué mentirían?
A medida que su investigación avanzaba, en Harvard las cosas se le ponían más difíciles. Lo acusaban de mala praxis por supuestamente haber entrevistado a pacientes psicóticos a los que a propósito no les recetaba medicación.
Eso sí: el profesor se ganó la confianza de MacLeish, el abogado, quien poco a poco empezó a admitir que sus pruebas serían “poderosas en el ámbito legal”.
La universidad ganó la pulseada: John se terminó retirando de Harvard.
Diez años después, cuando murió atropellado por un auto, dejó abierto un caso de OVNIS considerado por muchos expertos que aún no hallan explicación como el más importante del siglo XX.
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