«No sucedió nada en particular, simplemente desapareció». La oración se lee junto a una foto de un hombre apenas sonriente, y es parte de uno de los tantos afiches que la familia de Nicolás Capovilla, quien hoy tendría 42 años, pegó en la ciudad de Comodoro Rivadavia para intentar dar con su paradero.
Desde el 26 de enero de 2016, y casi siete años después, su familia no tiene indicios ni pistas que seguir, mucho menos noticias de él. En ellos hay incertidumbre, impotencia y un análisis repetitivo de lo que rodea al caso y las hipótesis posibles, que se entrelazan con el deseo de encontrarlo.
Cecilia Capovilla tiene 41 años, es la menor de sus hermanos y un año más chica que Nicolás. Cuando él desapareció al salir a correr en esa ciudad de la provincia de Chubut, ubicada en la Patagonia, llevaban algunos meses viviendo cerca: compartían un jardín y se veían a diario. El vivía en un departamento que habían construido en el patio de la casa de su madre, y ella, que se había separado, se mudó a la casa familiar con sus hijos.
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Esto escribió su hermana, tres años y dos meses después de verlo por última vez: «El tiempo pasa y no sabemos nada de Nico. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo puede una ciudad borrar todo indicio de sus movimientos? Nico es nuestro hermano, hijo, tío, primo, sobrino, nieto, amigo.
¿Cómo puede ser que nadie sepa dónde está, qué come, dónde duerme? ¿Cómo puede ser que nadie lo vea?
¿Dónde está? ¿Dónde estás hermano mío, hermano nuestro, hijo nuestro, hijo de esta ciudad que se empecina en mantener silencio?».
«Cuando entré, la casa estaba exactamente igual»: sin celular y sin billetera, Nicolás Capovilla dejó todo en su departamento
Una casa intacta, limpia y en orden, la cama tendida, el celular y la billetera sobre la mesa. Eso fue lo que vio Cecilia cuando abrió la puerta –que estaba sin llave– del departamento de su hermano: todo estaba ahí, menos Nicolás. Nada parecía indicar que ese hubiera sido escenario de una situación violenta, tampoco de un robo.
Al reconstruir esas horas en diálogo con PERFIL, cuenta que el martes 26 de enero de 2016, pasadas las nueve de la noche, él se había acercado a la casa para pedirle yerba. Quedó con ella en que después de unos mates quizás volvía a cruzar al patio para pasar un rato juntos. Hasta las 22, Cecilia supo que él estaba en su casa: podía escuchar a lo lejos la música. Ella cenó y se acostó, pensó que lo dejarían para el día siguiente. Al día siguiente, él ya no apareció.
Nicolás había trabajado hasta un tiempo atrás en relación de dependencia como asistente jurídico en un estudio de abogados, pero se quedó sin ese trabajo y siguió ejerciendo como reikista, algo en lo que se especializaba y que hacía de manera particular.
Cuando pasadas las 8 de la mañana Cecilia salió rumbo a su trabajo, vio todo cerrado en la casa de su hermano. Sus horarios solían ser relajados: por eso, dice Cecilia, no le llamó la atención que en la mañana de ese miércoles él aún estuviera durmiendo, ni tampoco se alarmó ante la posibilidad de que hubiera salido a hacer ejercicio en horas de la medianoche.
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Al volver de trabajar, poco después de las tres de la tarde, todo seguía igual: pensó que quizás había estado despierto hasta tarde y seguía durmiendo. Pero con el paso de las horas algo la inquietó.
Se acercó, miró por las ventanas del living y la habitación, y no lo vio. “Abro la puerta, estaba sin llave, y cuando entro la casa estaba exactamente igual, la cama hecha, todo en su lugar, ordenado y limpio. arriba de la mesa estaba el celular, la billetera…”
La primera reacción de Cecilia fue llamar a todos sus contactos: amigos, conocidos, cualquiera que pudiera estar con él. Pero nadie tenía novedades suyas.
Días después, peritaron la casa. “Hablaron con todos nosotros, con las amistades y así fueron ampliando los círculos. La verdad, no me gusta usar la palabra, pero es un misterio”, dice Cecilia a este medio.
Una corrida nocturna, la última actividad de Nicolás Capovilla y su última aparición
Recién en el mes de septiembre de 2016, a ocho meses de su desaparición, llegó lo que sería el primer –y único– indicio del recorrido de Nicolás por esas horas. Eran las imágenes de una cámara de seguridad del centro de Comodoro Rivadavia, una ciudad en la que habitan, de acuerdo a los datos estimados de 2021, poco más de 245 mil personas.
La cámara estaba ubicada en la calle Sarmiento al 849, entre calles Italia y España, a apenas tres cuadras de su casa. En el registro de la zona, donde está ubicado el colegio María Auxiliadora, se veía a quien – sus familares no tenían dudas– era Nicolás.
La grabación en cuestión es de la 1:15 de la madrugada del miércoles 27 de enero, y él pasa por la cuadra trotando. Su familia lo reconoce por la ropa –usaba una mochila que le habían regalado para la última navidad– por la forma de su cuerpo, por su corrida. Todo coincide.
“Era Nicolás. A mi la verdad me emocionó por lo menos tener…”, dice Cecilia, que hace una pausa abrupta en el relato para arrancar, con envión, otra vez: “¿Sabes lo que es estar desde enero hasta septiembre sin saber qué pasó y por lo menos verlo a él trotar… Era él, eran sus pasos, su corrida, su ropa, era él”, dice, convencida.
Las cámaras del Municipio de Comodoro Rivadavia en su mayoría no funcionaban, lo que impidió trazar el recorrido completo que hizo esa noche. Su hermana dice también que reconoce que se pidió muy tarde el registro de las cámaras, y que es lo primero que hay que hacer en estos casos. “Eso es algo que gracias a la experiencia ahora lo sé”, remarca.
El Ministerio de Seguridad de la Nación tiene actualmente 67 casos como el de Nicolás Capovilla entre sus búsquedas con recompensa vigente. Para esta investigación, el dinero ofrecido es de 1 millón de pesos para quien aporte datos que conduzcan directamente a encontrarlo.
Desde esa cartera dijeron ante la consulta de este medio que si bien hubo llamados, por confidencialidad vinculada a la investigación no se puede dar más información respecto a los datos brindados, y que aún se trabaja en el caso.
En el único registro visual que se tiene, se ve que mientras él corre, varios autos pasan cerca, por lo que una de las posibles líneas de investigación fue buscar a esos conductores para indagar sobre lo que podían haber visto.
“En esa búsqueda no se tuvo éxito, como tampoco en las entrevistas, ni en las declaraciones de las personas cercanas”, dice Cecilia, que descree de la falta de testigos. “Alguien tuvo que haber visto a un pibe corriendo a esa hora. Para mí el silencio es complicidad también”, plantea.
Sin datos y sin sospechosos, la búsqueda de días y meses se transformó en una pesquisa de años: “Nunca tuvimos de qué sostenernos porque no hubo ningún sospechoso. El nunca estuvo detrás de nada raro o extraño, nunca tuvo maldad”.
Durante estos años, Cecilia cuenta que recibió fotos de personas parecidas a su hermano, que provenían de Buenos Aires y otras partes del país. “Ninguno era, y eso también me hizo ver la realidad triste de que quizás toda esa gente que está en la calle tiene un familiar que lo busca, o quizás no tiene”.
En ese punto, insiste en lo que piensa, en lo que plasmó en el escrito que publicó en las redes sociales años atrás, y que está al principio de este artículo: que nadie se esfuma ni se va sin que alguien, al menos, lo haya visto, y que es necesario que ese alguien hable. “Yo siento que las personas se encuentran si las personas hablan, yo no soy partidaria de que las personas desaparecen como si los hubiesen abducido. Me han llegado comentarios sobre cosas metafísicas… al margen de eso, a mi me sorprende que no puede ser que nadie sepa nada. Siempre tiene que haber alguna persona que sepa algo. De eso estoy convencida, lo que me apena es que no tengo para qué lado señalar. Es una impotencia con la que vengo viviendo hace siete años”, resume.
“Todas las posibilidades, todo lo que puede haber pasado se me viene al cuerpo, entonces no sé qué pensar. Todavía no encontré qué pensar para quedarme tranquila”, dice Cecilia. Esa impotencia y todas las hipótesis posibles, siguen dando vueltas para ella y su familia, a la espera de que aparezca Nicolás.
AG / ds
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