20 de septiembre de 2024

Extraterrestres

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1980: la Navidad de los ovnis

1980: la Navidad de los ovnis

sociedad “Sentí que me estaba quemando por dentro. La luz me cegaba tanto que no era capaz de ver para mover el coche hacia atrás, y tenía miedo de moverlo adelante, más cerca del objeto”. Las palabras de Betty Cash, que a sus cincuenta años podía presumir de haber sacado adelante un próspero café y

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“Sentí que me estaba quemando por dentro. La luz me cegaba tanto que no era capaz de ver para mover el coche hacia atrás, y tenía miedo de moverlo adelante, más cerca del objeto”. Las palabras de Betty Cash, que a sus cincuenta años podía presumir de haber sacado adelante un próspero café y una tienda en Dayton, Texas, no dejaban margen a la duda acerca de la realidad objetiva, y la intensidad, del encuentro cercano con un OVNI que acababa de sufrir. Su experiencia la vivió junto a Vicky Landrum de 57 años, y su nieto Colby de 7 años. Todo comenzaba en torno a las nueve de la noche del 29 de diciembre de 1980, cuando circulaban por la carretera FM 1485. A escasos kilómetros de la localidad de Huffman se iban a topar de bruces con el misterio, primero bajo la forma de una luz lejana a la que no dieron excesiva importancia, y minutos más tarde con rotundidad ante un objeto con forma de diamante que volaba siguiendo el trazado de la carretera. Aquel desconcertante cacharro, de color gris metálico y con un círculo de luces azules en su centro, terminaría situándose a unos cuarenta metros del Oldsmobile conducido por Betty, quien no tuvo más remedio que echar el freno para contemplar la singular escena. Aquella mole voladora se alejaba por completo de los estereotipos de ovnis más comunes, dado que a su inusual forma adiamantada se debía sumar el estrepitoso ruido y las fulgurantes llamaradas que emitía el objeto.

Tal y como explicaría poco después Vicky, aquello “emitía un sonido poderoso, como el de un lanzallamas, intercalado con pitos agudos y con la intensidad de los cohetes del transbordador espacial cuando despega” La reacción de la señora Cash fue inmediata, bajándose del coche para observar con más detalle el diamante volador; le siguieron Vicky y su nieto, pero el temor hizo que el pequeño Colby regresara al instante al coche, logrando que su abuela también entrara en el mismo un par de minutos después. Esta circunstancia se convertiría en crucial a la hora de evaluar los efectos fisiológicos que la observación causó en los testigos, de mayor intensidad en función de la mayor cercanía y tiempo de exposición al enigmático calor que irradiaba aquella aeronave. Al cabo de diez minutos, las llamas que habían llegado a calentar la carrocería del coche se apagaron, y el diamante grisáceo ganó altura poco a poco, alejándose en dirección sudeste, hacía del Golfo de Méjico. Ya en el coche, los testigos continuaron su trayecto deteniéndose frente a un cementerio local, desde donde contemplaron otra escena inaudita: el aparato estaba siendo escoltado o seguido de cerca por al menos 23 helicópteros de doble pala o rotor, modelos que las testigos identificarían como el CH47 Chinook. Sin duda, parecía cosa de militares, y a la vista de que nadie les iba a creer, optaron por guardar silencio sin saber que al menos otros dos testigos también contemplaron los helicópteros. Los días siguientes se convirtieron en una auténtica pesadilla para los testigos, al manifestar lo que sería definido por los médicos como los efectos de una exposición a una fuente radiactiva. Dolor de cabeza, nauseas y vómitos, ojos inflamados, enrojecimiento cutáneo y grandes ampollas que acabaría en heridas abiertas, configuraban el cuadro clínico de Betty cuando ingresó en el Hospital Parkway el 3 de enero de 1981. El pelo se le desprendía por varias zonas, algo que en menor medida también le ocurriría a Vicky, quien también presentó quemaduras y algunos síntomas más, desarrollando cataratas con el paso del tiempo. El pequeño Colby por suerte apenas sufriría de pesadillas.

Las características terrenales del objeto observado y la presencia de aquellos helicópteros usados por el Ejército, llevaron a Betty, una vez pasada la fase aguda, a comunicarse con el Centro Espacial Johnson de la NASA para intentar averiguar lo ocurrido. Allí derivarían la llamada al ingeniero de la McDonnell Douglas y subdirector de la mítica MUFON, John Schuessler, quien se convertiría en el más preciso investigador del caso.

A pesar de sus esfuerzos, llegó a un callejón sin salida. En 1986 el juez de la Corte del Distrito Federal de Houston, Ross Sterling, pondría punto y final a la demanda que las testigos presentaron contra el Gobierno Federal por valor de 20 millones de dólares, como presuntos responsables de sus trastornos de salud. Era el final de cuatro años de investigaciones en la que, aunque se autentificó sobradamente el caso, no se logró probar que aquellos helicópteros pertenecieran a la USAF. En 2023 el misterio continúa, bajo la sospecha de que las testigos se toparon con una nave terrestre experimental propulsada por energía nuclear.

Misterio en el bosque Rendlesham

La Navidad de 1980 también supuso un antes y un después en la vida de un nutrido grupo de militares de las bases británicas de Bentwaters y Woodbridge, enclaves de alta seguridad cerca de Ipswich, localidad próxima a la costa de Suffolk. Aunque inglesas, durante años y hasta su desmantelamiento, las instalaciones estuvieron bajo mando de la OTAN y ocupadas por la USAF estadounidense, circunstancias que contribuyeron a aumentar la relevancia de las inexplicables experiencias protagonizadas por al menos una decena de militares entre el 26 y el 28 de diciembre.

El calibre de unos hechos que ocurren en plena Guerra Fría, la existencia de testigos civiles, los registros de radar y radioactividad, la intervención de la policía inglesa y la implicación de personal militar fuera de su territorio nacional, son ingredientes que justifican con creces que sea considerado el caso más importante de la ufología británica. No obstante, también ha sido un nido de confusión permanente, donde ha convivido el silencio oficial con testimonios más extravagantes que hablan de alienígenas, abducciones y fracciones de tiempo perdido. Los radares de Neatishead y Watton registraron señales que superaban las prestaciones de los mejores aviones de la RAF y la USAF, y la mayoría de los testigos terminarían siendo ubicados en nuevos destinos.

1980: la Navidad de los ovnis
OVNI descrito en el Caso Rendlesham. DA

Oficialmente todo arrancó a las 3 de la mañana del 26 de diciembre, cuando el guardia de seguridad John Burroughs y el sargento Steffens, contemplan unas luces desconocidas evolucionando en el bosque de Rendlesham. Sospechando que podría tratarse de un avión en apuros que ha podido colisionar en la zona, dan aviso al Centro de Seguridad Central de la base, desde donde parten a su encuentro el sargento Jim Penniston y el policía de seguridad Edgard N. Cabansag. Ambos, desde la distancia, se convertirán también en testigos de las luces. Serán Burroughs y Penniston quienes se internen finalmente en el bosque y se encuentren cara a cara con un objeto cónico, casi piramidal, que parece flotar a escasos centímetros del suelo, aunque por momentos da la impresión de sostenerse sobre tres finas patas o soportes. El objeto de tres metros de altura por tres de base parecía de cristal, emitiendo luces de diversos colores y mostrando en un lateral unos símbolos negros indescifrables. El entorno parecía cargado de electricidad, generando una sensación de espesura ambiental que parecía ralentizar las cosas, que “fuera diferente a cuando estábamos en campo abierto” concluiría Burroughs. En un momento determinado el festival de luces aumentó y el objeto se elevó desapareciendo. En palabras de Penniston, el ovni despegó “sin hacer absolutamente ningún ruido, lo que denota su alta tecnología, maniobrando sobre la línea de árboles, sobrevolarlos momentáneamente y entonces salir disparado a una velocidad increíble” Al amanecer se descubrirían en el lugar tres marcas equidistantes en el suelo helado, de dos metros de radio por medio de profundidad que parecían haber sido dejadas por el objeto.

Los fenómenos no habían hecho más que comenzar, dado que dos noches más tarde las luces volvieron a ser vistas en la zona. En esta ocasión sería el teniente coronel Charles Halt quien se haría cargo del asunto dispuesto a aclararlo, desplazándose a la zona junto a los sargentos Nevells y Robert Ball, y el teniente Bruce Englund. Todos se convertirían en testigos de un inaudito festival de luces que llevarían a Halt a redactar un memorándum de los hechos el 13 de enero de 1981, un documento revelador para el Ministerio de Defensa de Estados Unidos que pasaría a la historia al ser liberado años más tarde. En la zona la patrulla de Hall detectaría niveles de partículas beta/gamma diez veces por encima de lo normal registrando, a tiempo real en cinta magnetofónica lo que estaban viviendo. “Estamos viendo la cosa. Estamos probablemente a una distancia de 200 o 300 yardas. Se parece a un ojo parpadeante. Se está moviendo todavía de lado a lado, y cuando la enfoco con el aparato de visión nocturna, la ´cosa´ tiene un centro hueco, oscuro. Es un poco como la pupila de un ojo, y el resplandor es tan brillante que casi quema el ojo” Es fácil hacerse una idea del desconcierto que provocaba lo que sucedía en ese bosque, sembrado de patrullas militares y de luces que se movían vertiginosamente de un lado para otro, emitiendo finos rayos de luz que se detenían a los pies de los soldados y oficiales.

Las indagaciones políticas al más alto nivel entre los gobiernos implicados no han permitido dar una explicación a los hechos, aunque desde las filas escépticas se han planteado hipótesis parciales para dar sentido a fenómenos que no parecen tenerlo. La confusión colectiva de los testigos con el parpadeo del faro de Orford Ness, con luces de coches de policía, la reentrada del satélite ruso Cosmos 749, meteoritos, etc., fueron puestas sobre la mesa, cuestionando la fiabilidad de los testigos.

Otras propuestas apuntaron al improbable accidente de algún prototipo, e incluso a un posible experimento para estudiar las reacciones de los militares, aunque salta a la vista que el cualificado testimonio de los protagonistas señala a un despliegue tecnológico, con toques bizarros, que a todas luces parecía de otro mundo.