La prioridad era ganar, y, cuando solo habían pasado 17 segundos, el Barça ya perdía tras la enésima jugada que define la actual vulnerabilidad del equipo. La identidad también es eso: saber gestionar la impotencia. Por suerte, Samu solo aprovechó una de las cuatro ocasiones que tuvo, y el Barça sobrevivió sin saber a qué jugaba. ¿Problema mental, futbolístico o causado por la maldad tóxica de la prensa? Xavi diagnostica a granel y a veces se ahoga en los ángulos muertos del retrovisor. Y es posible que tenga razón y el problema sea simultáneamente mental, futbolístico y de entorno tóxico. Pero entonces debe definir sus argumentos para crear una confianza que no ponga en evidencia el oportunismo errático de su discurso.
La prioridad eran los puntos. Lewandowski cumplió con el deber egoísta de los delanteros, que el equipo y el club necesitan. Para eso lo ficharon, y, gracias a sus goles, el Barça gana tiempo y se ahorra quince días de máxima autodestrucción. Digo “de máxima” porque la tradición mantendrá servicios mínimos autodestructivos. Y lo hará con una retórica bizantina (¡los laterales!), alimentada por las expectativas que la directiva y el entrenador se imponen para no traicionar los mandamientos de la tribu. La tribu, sin embargo, aprovecha las obras del Templo para cometer adulterio. La prueba: algunos culés prefirieron ver el City-Chelsea que el Alavés-Barça. Y, además, venían saciados por el disfrute de la victoria del Girona.
“¿Qué haría Cruyff?”, me pregunta un culé por SMS. Pienso: “Fichar a Edgar Davids”
Son dualidades antinaturales, que fomentan un poliamor que se consolida día a día. La monogamia de siempre también tiene sus ventajas. El orgullo herido que ahora sentimos nos retrotrae a una alternancia anímica con pedigrí: de la euforia a la depresión. ¿Y el juego? Durante más de una hora, impotencia combinatoria y una circulación estéril del balón. En vez de expandirse, los espacios se asfixian siguiendo una fotocopia de jugadas minimalistas y repetitivas. Se sufre para avanzar. Se sufre para retroceder. Es como si los jugadores estuvieran tan saturados que ya no dominaran las mínimas nociones del placer de jugar y competir.
“¿Qué haría Cruyff?”, me pregunta un culé malévolo por SMS. No le respondo, pero pienso: “Fichar a Edgar Davids”, que significa trae a un ovni que desencalle la actual falta de carisma. No es una cuestión ni de Estilo ni de Idea (en capítulos anteriores: la Idea es el credo; el Estilo es la liturgia). En la tensión y el lenguaje no verbal que expresan los jugadores se detecta una ignorancia de la Idea y un distanciamiento somático del Estilo. Nos queda, como alternativa desesperada, la Imitación. Catalunya es un país de grandes imitadores. Dan con la inflexión de voz de los imitados, exageran sus tics y provocan un efecto de imitación tan perfecto que pueden “hacerse pasar” por el original. Pero siguen siendo una caricatura. Xavi, que se hizo a sí mismo como gran futbolista asimilando todos los mecanismos de la Idea y del Estilo, sabe reconocer esta impostación. Y, más allá de pataletas tóxicas, sabe perfectamente que, con momentos de excepcional felicidad, el equipo no juega como repetimos –quizá por falta de realismo– que tenemos que jugar y que somos la caricatura de lo que nos gustaría ser.
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