VALÈNCIA. Un astronauta explorando un paisaje de la memoria. Una postal construida por los recuerdos que deja una pérdida inolvidable. En el caso de Manuel Marsol, es la de su padre, que perdió cuando él tan solo tenía 11 años. Son pocos años, pero una infancia es toda una vida, opina el ilustrador. Pero cada lector, joven o adulto, reconoce en la historia de Astro (Fulgencio Pimentel, 2023) una herida que no se cura, aunque, a través de un álbum ilustrado que te conecta con un autor y con quien lo ha leído, tal vez alivie un rato.
Más de una década separa los primeros dibujos de Astro de su publicación. Aunque Marsol ya es un autor consolidado, ganador de un Premio Internacional de Ilustración de la Feria del Libro de Bolonia, este es, de alguna manera, su primer álbum. Uno que contiene todos los pilares de lo que ha desarrollado después, uno que contiene una verdad inevitable.
Un pequeño astronauta explora un mundo desconocido, extraño. La voz la pone uno de los habitantes de ese planeta, para el que Astro es realmente el extraño. Juntos se harán amigos, y después, se perderán. “Es un niño jugando, un niño descubriendo el mundo y asombrado. Si yo le daba voz a ese niño, en parte estaba matando el asombro”, explica el autor en conversación con Culturplaza.
La pérdida y el duelo, pero también el descubrimiento y la infancia como un lugar de eterno retorno son los grandes temas que explora Marsol a través del astronauta y el extraterrestre: “La infancia tiene un tiempo que es inmenso. Los primeros años de vida van despacio y cada año es una vida entera. Luego llega un momento en el que todo se empieza a acelerar y tienes la sensación de que se escapa como una estrella. Es verdad que pierdo a mi padre pronto, pero tengo la sensación de que ese tiempo de infancia de 11 años es una vida entera. Igual que Hans Castorp en La montaña mágica, que su percepción del tiempo desaparece porque encuentra un lugar de paz”.
Ese lugar de paz es el de dos amigos descubriendo un mundo juntos, compartiendo refugios. “Es aquello que no te quita nadie. Yo viví una vida entera con mi padre. A mí me dio tiempo a ver películas con él que para mí son eternas; a jugar con él, a ver cuadros con él, a pintar con él, a jugar al fútbol… Eso para mí es eterno. Y es verdad que todavía hoy siento el dolor de no tenerle, pero me dio un mundo. Desapareció, pero a mí nadie me quita haber estado pintando con él. El recuerdo es el paréntesis: es decir joder, se ha ido, pero qué bonito fue esto”.
Un universo propio contenido en una página de verdad
Visualmente, Marsol juega, a través del collage, con diferentes texturas para crear ese lugar que, además de extraño, debe llamar al juego. “Estaba cómodo en esta manera de dibujar que era un poco accidental, a partir de la mancha, algo que me recordaba a López Soldado, amigo de mi padre y al que está dedicado el libro. Esas carencias que en ese momento a lo mejor a mí me hubiesen impedido hacer algo figurativo —tampoco nunca ha sido mi interés un realismo ni una pericia técnica—, me permite por otra parte buscar formas que no fuesen muy convencionales”, explica el autor. “Como cuando jugaba de pequeño con los G.I. Joe, lo que hago es preparar un escenario donde yo estoy a gusto, donde me quiero recrear y sorprender. De las manchas de repente aparece una cara, aparece un monstruo extraño, y tal. Todo esto surge de esas ganas del juego plástico, buscando un lugar donde estar, y dar la posibilidad de habitar el tiempo y la página”.
Volviendo al principio de todo, a lo que une la propuesta visual y la víscera inicial, ese mundo extraño no es ciencia-ficción, sino un paisaje del recuerdo. “Yo había dibujado un universo pero también podía ser un recuerdo-informe. A veces veía formas y me daba la sensación de que había un muñeco en una montaña; o en un rincón, una cosa de un videojuego al que jugaba de pequeño”. Astro se convierte así en explorador en presente y en el pasado que ya ha habitado, por eso hay seres extraños y ruinas, respectivamente.
El tiempo está deformado en la narrativa para que sea ambiguo. Primero, tal y como se ha dicho, para que el tiempo de la amistad pueda significar una vida; por otro, para dar continuidad a la sensación de la inmensidad del espacio: “Tal vez todo ha ocurrido hace miles de años… Estás viendo unas ruinas que igual tienen todavía más tiempo. No sabes ni siquiera si el tiempo de ese planeta ya ha pasado, si los habitantes primero han desaparecido y los extraterrestres aparecieron después”.
En esa idea de inmensidad del espacio se encuentra esa frase icónica de Carl Sagan que dice que somos polvo de estrellas; pero también de las primeras preguntas de un niño o una niña que se plantea de dónde venimos y a dónde vamos. Una pregunta que Marsol arrastra desde Astro y a lo largo de toda su carrera, una pregunta de la que no tiene respuestas pero sí algunas pistas, que guarda en la última página del álbum en forma de citas.
Una de ellos es de Emily Dickinson, que dice: “El pasar de este mundo conocido a otro mundo del que nada se sabe es como el contratiempo del niño que, ante sí, solo ve una colina. Tras ella hay maravillas de paisaje, lo que nadie conoce todavía. Pero, ¿merecerá la pena aquel secreto la ascensión solitaria”. Estas citas ayudaron a Marsol a sentirse recogido mientras hacía este álbum sobre una pérdida íntima, le iluminaba unos metros el camino. Tras la publicación de Astro, ahora es este álbum el que lo hace con las personas que también han perdido a alguien.
“Yo he experimentado esa felicidad de conectar con alguien que me está hablando desde otro lugar y me está diciendo, mira, el dolor es esto y somos humanos. En el momento en el que sale el libro, casi desde el primer día, nos escribieron de librerías, o gente que se había emocionado mucho. Creo que es un libro más imperfecto que otros de los que he podido hacer, que están un poco más medidos, pero esa imperfección está compensada con el grado de verdad y de emoción”, concluye.
Más historias