En el momento de escribir estas líneas, el programa de exploración de exoplanetas de la NASA lleva contabilizados miles de exoplanetas, centenares los cuales son terrestres, algunos de ellos con un gran potencial para albergar vida. La mayoría de estos cuerpos celestes fueron descubiertos por el Telescopio Espacial Kepler, lanzado en 2009 para averiguar cuántos planetas podría encontrar orbitando alrededor de unas 150.000 estrella situadas dentro de una zona minúscula del firmamento. El objetivo: averiguar si abundan o escasean los entornos en los que puede surgir vida en el universo. El observatorio Kepler llegó a la conclusión de que una cuarta parte de todos los planetas encontrados en su zona de investigación se mueven en la llamada ‘zona habitable’ de sus respectivas estrellas, esto es, lugares aptos para albergar vida, posiblemente inteligente.
Más de 25.000 millones de planetas habitables
Si tenemos en cuenta que la Vía Láctea tiene como mínimo unas 100.000 millones de estrellas, eso se traduce que podría haber en torno a unos 25.000 millones de entornos habitables, solo en nuestra galaxia. Con estas estadísticas, la eterna pregunta de si existe vida inteligente en el universo podría sonar a perogrullada, de no ser porque hasta la fecha todavía no ha podido confirmarse. Si existen tantas probabilidades de encontrar vida extraterrestre, ¿por qué hasta ahora no hemos dado con ninguna pista en ninguno de nuestros intentos? Es lo que se preguntó en la década de 1950 el físico de origen italiano Enrico Fermi en una reflexión que más tarde se materializó en la ecuación de Drake, la fórmula matemática utilizada para calcular el número de civilizaciones extraterrestres con las que podríamos ponernos en contacto. La eterna discusión sobre la paradoja de Fermi nos hace plantear una nueva pregunta ¿Y si estamos buscando mal?
Si sabemos que hay vida inteligente, ¿por qué no la hemos encontrado ya?
¿Y si en lugar de realizar barridos aleatorios nos centramos en buscar a los planetas desde donde existen más posibilidades que nos estén buscando a nosotros? El año pasado, un equipo del Instituto Carl Sagan de la Universidad Cornell concluyó que la clave para buscar exoplanetas es centrarse en la elíptica de la Tierra, el plano de la órbita terrestre alrededor del Sol, donde es más probable que se ubiquen los exoplanetas ‘con vistas’ al nuestro. Sus conclusiones apuntaban a que únicamente dirigiendo el foco hacia este umbral podríamos dar con unos 200 planetas similares a la Tierra a una distancia de ‘solo’ unos 325 años luz.
Estudio de Harvard sugiere una insólita hipótesis sobre los extraterrestres
Ahora, un nuevo estudio realizado por Eamonn Kerins, astrónomo del Observatorio Jodrel Bank de la universidad de Manchester, publicado recientemente en la revista especializada The Astronomical Journal, propone dar una nueva vuelta de tuerca a la búsqueda de civilizaciones inteligentes: partiendo de la teoría de juegos, un modelo matemático en el que se analizan situaciones complejas en las que interactúan varios individuos (o jugadores), sin conocer previamente las decisiones de los demás. Esto es, actuar pensando de antemano cómo lo hará el otro.
El dilema del prisionero
La Teoría de juegos se usa para analizar comportamientos estratégicos, donde hay dependencia mutua, esto es, en situaciones en las que es necesario tener en cuenta el posible comportamiento de otros. El ejemplo más famoso de este planteamiento es el llamado ‘dilema del prisionero’, una hipótesis de acción colectiva que se suele atribuir al profesor A.W. Tucker, profesor del famoso matemático John Forbes Nash. El problema clásico se basa en la siguiente situación: imaginemos que un agente de policía detiene a dos sospechosos de cometer un delito. Como no tienen pruebas para condenarlos, deciden interrogarlos por separado, y cada uno de ellos será preguntado acerca de la culpabilidad del otro. Los dos sospechosos se encuentran en celdas separadas, y a ambos se les ofrece un trato: si uno confiesa y su cómplice sigue sin hablar, este será condenado a la pena máxima de 10 años y él será puesto en libertad. Si ambos se niegan a confesar, se les condenará a 6 meses de prisión, mientras que si ambos confiesan haber cometido el crimen, serán condenados a 6 años. Cada uno puede optar por ‘colaborar’ con el otro o ‘defraudarlo’, estableciéndose así una matriz de distintas ‘penas’ o ‘recompensas’ en función de su decisión.
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Como es de esperar, la opción más beneficiosa para ambos sería pactar entre ellos y decidir conjuntamente, pero no tienen modo de establecer contacto, por lo que deben establecer su posición pensando en la probabilidad de actuación del otro. Deberán elegir qué opción tomar sin conocer qué hará su cómplice, aunque, incluso si fueran capaces de hablar entre ellos, tampoco pueden estar seguros de poder confiar el uno en el otro.
De esta manera, si uno confía en que el cómplice coopere (esto que, que no lo delate), la opción más egoísta (óptima), sería confesar, ya que le libraría la prisión. Si, por el contrario, espera que el cómplice confiese, la mejor opción también sería confesar, para evitar así la pena máxima, de este modo se enfrentaría a 6 años de prisión en lugar de 10 años. La opción más óptima para ambos (denominada equilibrio de Nash), se que ambos se negasen a confesar, con lo que cumplirían la pena mínima, de 6 meses. ¿Cómo determinar la probabilidad de que el cómplice actúe de una manera o de otra? ¿Podemos adoptar una decisión basándonos en la probabilidad de que el otro actúe de una u otra manera? Esta fue la premisa de la que partió el profesor Kerins a la hora de elaborar su nueva aproximación.
La nueva aproximación, denominada ‘detectabilidad mutua’, se basa en la siguiente premisa: los mejores lugares para buscar señales serían aquellos planetas desde los que fuese más probable detectar la Tierra como un posible candidato a albergar vida inteligente. De este modo, según explica el investigador, si tenemos pruebas de la existencia de un planeta potencialmente habitable y la civilización que lo habita también sospecha lo mismo de la Tierra, ambas civilizaciones estarían igual de motivadas para buscarse entre sí.
Buscar al que creamos que nos esté buscando
El propio Kerins lo explica a National Geograpihic España en una entrevista por correo electrónico. «El estratega en cuestiones relacionadas con la Guerra Fría y Premio Nobel de Economía Thomas Schelling planteó un ejemplo muy ilustrativo: imaginad dos personas que no conocen entre sí y no están en contacto entre sí. A ambos se les ofrece un gran suma de dinero si logran conocerse en algún lugar de Ciudad de Nueva York en un día en particular. No se les da ni un tiempo ni un lugar de reunión. ¿Cómo pueden conseguirlo? suena imposible. Para lograrlo, sus elecciones no deben ser aleatorias: deben intentar pensar sobre lo que probablemente hará la otra persona. La mejor estrategia es elegir un punto de encuentro común (por ejemplo, el vestíbulo de la estación Grand Central, o fuera del Empire State Building) y una hora de encuentro común (por ejemplo, al mediodía). Los experimentos han demostrado un notable grado de éxito con este tipo de enfoque no comunicativo pero cooperativo», sentencia el autor.
Cuando hablamos de búsqueda de vida extraterrestres (SETI)- explica el astrónomo- nos damos cuenta de que el éxito no depende solo de nosotros. Las dos civilizaciones que deseen contactar deberán hacer un esfuerzo. «La idea es que nos enfoquemos no solo en planetas habitables, sino que tengan más probabilidades de tener una tecnología similar a la nuestra que les permita también detectarnos. Si ambas civilizaciones saben que son mutuamente detectables y ambas están interesadas en establecer contacto, las posibilidades de éxito se disparan», concluye.
Los mejores candidatos: planetas terrestres en la zona de tránsito con posibilidad de albergar agua
Teniendo en cuenta todas estas premisas, ¿qué planetas serían los mejores candidatos? Igual que en el estudio de la Universidad Cornell, el equipo de Keins propone centrarnos en aquellos planetas terrestres que se encuentren en tránsito (que pasen por delante de las estrellas anfitrionas), dentro del plano de la elíptica de la tierra. Además, deberían ser planetas rocosos en los que puedan darse las condiciones necesarias para encontrar agua en estado líquido. Los que tienen una mayor probabilidad, alega el científico, son los que se encuentran alrededor de enanas rojas, unas estrellas pequeñas y relativamente frías menos brillantes que el Sol.
Pero… ¿de verdad Nos conviene contactar?
Una vez tenemos claro el objetivo, debemos elegir qué acción emprender: ¿es mejor lanzar mensajes o limitarse a ‘escuchar’ los sonidos de las profundidades del universo? ¿Nos conviene ser los primeros que lancemos un señuelo? ¿O es mejor esperar a ver qué señales recibimos? Aunque parezca paradójico, la estrategia ‘a la defensiva’ tiene su lógica, sobre todo si tenemos en cuenta que existen altas probabilidades de toparnos con una civilización extraterrestre superior a la nuestra. “Un día podríamos recibir una señal de un planeta como este. Pero debemos tener cuidado a la hora de responder, pues una civilización avanzada podría causar en la Tierra los mismos estragos que los conquistadores que descubrieron el Nuevo Mundo”, sentenciaba el famoso físico y divulgador científico Steven Hawking en un documental “Los lugares favoritos de Stephen Hawking”. La estrategia ‘a la defensiva’ no solo cuenta con adeptos entre la comunidad científica. En el mundo de la ciencia ficción, el autor superventas Liu Cixin proponía en su obra El bosque oscuro que abordar la búsqueda de vida extraterrestre era una empresa arriesgada similar a un cazador que se adentra en la oscuridad del bosque sin saber qué se encontrará. ¿Será mejor encender una hoguera, o es más coherente permanecer escondido?
«Si existen mundos más avanzados que el nuestro, probablemente ya lo sabrán todo sobre nosotros.»- Eamonn Kerins, astrónomo del Observatorio Jodrel Bank
«La paradoja de SETI implica asumir que búsqueda de vida inteligente pueda estar condenada al fracaso a menos que al menos una civilización emita primero alguna señal», explica el profesor Kerins. Según el experto, algunos científicos advierten del riesgo de enviar mensajes a posibles civilizaciones que podrían ser mucho más avanzadas que nosotros, mientras que otros afirman que si este miedo es compartido, nuestros esfuerzos por contactar con una civilización extraterrestre serián en vano, pues ‘todos escucharían pero nadie hablaría’.
«El dilema sobre si debemos o enviar un mensaje a cualquier civilización que pueda interpretarla es una gran pregunta, y no es una cuestión que recaiga únicamente en la comunidad científica -afirma Kerins-. Personalmente no estoy de acuerdo con lo que dijo el profesor Hawking. Este argumento ignora el hecho de que ya estamos enviando señales: la contaminación atmosférica, las transmisiones de radio que se filtran al espacio, nuestras luces de la ciudad por la noche… Si existen mundos más avanzados que el nuestro, probablemente ya lo sabrán todo sobre nosotros. Tal vez no tengan la capacidad o la voluntad de visitarnos y hacernos daño. O tal vez simplemente no están ahí fuera. La buena noticia es que ahora podemos empezar a responder si hay civilizaciones extraterrestres, y cuán abundantes son. La respuesta nos dirá tanto sobre nosotros mismos como la vida que hay ahí fuera.
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