La relación de Argentina con los Objetos Voladores No Identificados y la posibilidad de que haya habitantes en otros planetas ha sido matizada por una serie de reacciones: desde la fascinación por el desarrollo técnico norteamericano, en el estilo de la revista Mecánica popular o de la revista de ciencia ficción Más allá (subsidiaria vernácula de Galaxy publicada entre 1953 y 1957); hasta representar material de sorna en películas como Che OVNI (Aníbal Uset, 1968) y Los extraterrestres (Enrique Carreras, 1983, una burda parodia del ET de Spielberg del año anterior).
En nuestro país, además, han existido grupos platillistas que derivaron su credo de un «sincretismo» –como denomina Pablo Capanna en Excursos a una síntesis entre tecnología y religión– propio de la cultura ufológica que cobró impulso luego de la Segunda Guerra Mundial.
La muerte de un bagre
Adolfo Bioy Casares produjo uno de los relatos más patéticos de la literatura fantástica: «El calamar opta por su tinta», publicado por primera vez en El lado de la sombra (1962).
Allí, en una parodia de un pueblo del interior bonaerense, un maestro de escuela y periodista relata, en prosa florida y pedante, una crónica en la que un ser del espacio acaba en un galpón para morir de la manera más absurda. En estas localidades es más difícil cambiar un hábito que dejar morir a alguien, y esto es lo que sucede con el visitante espacial, en una historia de intrigas y disputas por un molinete de riego.
El extraterrestre es un ser excepcional que aprende los rudimentos del castellano en cuestión de minutos, devora en dos días los libros de primaria que le llevan y pide los diarios para instruirse sobre los eventos del mundo.
Por otro lado, la crítica a la estupidez humana se hace patente en la clase política (“medias cucharas, cuando no pelafustanes”), y en la presencia tácita pero amenazadora de la bomba atómica.
El alienígena cuenta que otros mundos fueron arrasados por el uso de la bomba, y que su sociedad teme que “una explosión en cadena” en este planeta “los envuelva”, por la cercanía de su propio planeta con la Tierra.
La misión del visitante es benéfica, porque viene como “amigo y salvador”. Todo esto es relatado por Don Tadeíto, considerado un idiota por el resto del pueblo. En este caso, la inocencia de los tontos vale más que la astucia de los supuestos vivos. El lamento por las Américas y las Terranovas infinitas que nunca descubriremos llega tarde y resulta inútil.
La trama celeste
Ante la pregunta «¿Cómo reaccionaría frente a un marciano?», publicada por primera vez en la revista Atlántida en agosto de 1968 y luego en el volumen 2 de las Obras completas, Bioy responde de manera racional, con el porte y el tono del escritor elegante que fue. En aquella encuesta, la primera reacción del entrevistado es tratar de explicarse la presencia del alienígena, de entender su naturaleza. Además, Bioy señala que en experiencias de ese tipo –aquí nos encontramos frente a un conocedor de estos asuntos, porque su respuesta es una generalización– «uno debe tomar precauciones para no caer después en la suposición de que fueron un sueño».
Bioy también observa que se abstendría de fotografiar al ser, porque la cámara podría representar una amenaza, e imagina que una suerte de abducción podría formar parte del encuentro.
Sin embargo, el Bioy de esa travesía extrañaría a la Tierra “como a un paraíso donde yo no corría peligro de enfermedades, ni de accidentes, ni de agresiones”, aunque considera que estos sentimientos de seguridad son “errores de la nostalgia”. La muerte llega en este o aquel planeta, sin distinción.
Como escritor de carrera, Bioy Casares no resiste la tentación de hacer citas eruditas y permitir que su respuesta pueda ser leída como una trama literaria, con una introducción (el encuentro con el marciano), un nudo (el viaje estelar) y una resolución (la vuelta a casa).
Si bien su viaje no es “póstumo y sobrenatural”, invoca a Dante y su periplo por el inframundo. Bioy añade que, como resultado de la aventura, podría llegar a publicar un libro sobre “la insólita circunstancia”.
Kurt Vonnegut nunca viajó al espacio, pero acabó escribiendo las desventuras del pobre Billy Pilgrim en Tralfamadore, en la novela Matadero cinco.
El gran amigo y cómplice literario de Bioy, Jorge Luis Borges, dio una entrevista en Río Cuarto a un joven ufólogo en 1981. Borges consideraba que los extraterrestres representaban “un hecho verosímil” y no suponía que podían ser nuestros adversarios.
El escritor los creía angélicos, ética y científicamente superiores, y deseaba que “se sienta su presencia muy pronto, ya que somos un mundo enloquecido, y ellos podrían salvarnos”.
Tanto Borges como Bioy coinciden en un tema fundamental para la literatura, el cine, la investigación científica y la curiosidad del hombre de a pie: la vida inteligente en otros planetas y su naturaleza moral.
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