Un HABITUÉ de este ESPACIO se logra en base a seguidores que LO piden a GRITOS como el alfajor JORGITO… pero si JORGE “LITO” ZANARDI encima disfruta dentro de sus múltiples obligaciones como BIOQUÍMICO, BATERISTA, y un destacado ESCRITOR que NOS engalana …esto pasa a ser un CUENTO de la BUENA PIPA digno de la CREATIVIDAD que nos aporta al CREAR ACTIVIDAD… esta que nos hace LEER este..:
“La NOCHE del OVNI…
Cuando en medio de una madrugada limpia y congelada del año 75 me despertaron a los gritos anunciando la aparición de un ovni sobre el cielo de Viel y Zañartú, me vestí apresuradamente para salir a la calle. Caminé media cuadra hasta la esquina y allí, junto al kiosco de diarios que acababa de abrir, se amontonaban varios muchachos del barrio, incluido el diariero, que miraban ostensiblemente hacia un punto encendido en el cielo e intercambiaban exclamaciones como si estuvieran viendo ganar a San Lorenzo en el Gasómetro de avenida La Plata e Inclán. De alguna parte salió una Kodak Fiesta, en la que quedaba poco menos de la mitad de un rollo, que alguien gatilló con ansiedad apuntando a la luz blanca que parecía colgada del cielo como un foco de alumbrado público. Observé fijamente la esfera enardecida que punzaba la vista y dije, con cierto malhumor y castañeteando los dientes: “Lástima muchachos. Es el lucero del alba. Le dicen Venus, que también es un nombre poético, pero en todo caso no es un ovni.” Me miraron con desconfianza y volví a casa con la mirada incrédula del grupo pegada en la nuca. De más está decir que no me creyeron. Ni ellos ni el resto de la gente del barrio, sabiamente desconfiada de las apelaciones científicas, que hasta el día de hoy recuerda aquella noche como la noche del ovni. Es frecuente escuchar de leyendas. Ser testigo de la gestación de una, no. Por eso creo que fui afortunado.
El procedimiento para hacer una leyenda es relativamente sencillo. Se trata de que un hecho o una colección de ellos sean tratados por fuera de la historia. A veces de la historia quedan fuera sucesos que son descartados, sea por conveniencia o desaprensión, y alguien decide rescatarlos del olvido y armar con ellos un relato. Pero tampoco las leyendas tienen por qué ser ciertas. En general las leyendas cumplen con el mismo fin que las historias oficiales: acomodarse al pensamiento de la gente que las sostiene. La diferencia entre unas y otras es la amplitud de su convenio entre las personas. Cumplen, entonces, con las reglas de un relato: establecen una verdad que es válida sólo dentro de él. Creer en ellas es una cuestión de disposición. Si el relato se ajusta a nuestros afanes es cómodo, y hasta saludable, otorgarle un voto de confianza. Por eso perduran las leyendas y, claro, también las historias.
La quimera del ovni empezó, como suele ocurrir, porque había mucha gente dispuesta a creer en ella. No importa que no fuera verdad. Para que algo sea creíble no es necesario que sea cierto. Basta con que encaje justo en el lugar que tenemos dispuesto para recibirlo. Por eso, los días siguientes no faltaron quienes se sumaron al grupo de crápulas que acechaba el cielo a la búsqueda del objeto que, para fortuna de la leyenda, no volvió a aparecer gracias a que las nubes del otoño encapotaban las madrugadas. Sin embargo, persistió el recuerdo del foco luminoso que alguna vez había deslumbrado a los muchachos y, convertido en mito, ya no importó de qué hubiera sido cierto o no. Por supuesto, al tiempo reapareció Venus brillando en la noche, pero nadie aceptó que había sido ese planeta nuboso el que había seducido la imaginación de los muchachos y navegaba en su recuerdo.
Creo que la ilusión de la noche en que creyeron ver al ovni se debió a la extensa presencia del cielo que dominaba el barrio pues, aunque no lo notáramos, se trataba de una de esas sustancias —como el aire perfumado de jazmines que anuncia el verano— que están allí desde siempre y no llaman la atención precisamente porque están por todas partes. El único edificio en la cuadra tenía tres pisos. Las construcciones eran bajas, más bajas que las copas de los paraísos, y por eso el cielo ocupaba buena parte de la vista. Y aunque no se lograba ver el horizonte de la pampa que imaginábamos inalcanzable y plano, era fácil suponerlo. Aún hoy el barrio sigue siendo así, idéntico a sí mismo, y dominado por el cielo. La mayoría de los hombres trabajaba en algo relacionado con el transporte o, como se decía, con “el volante”. En la cuadra había un taller mecánico de Fiat, dos camiones que transportaban galletitas El Orden, un colectivo marrón de la 133 y tres taxis negros y amarillos, dos Siam Di Tella y un Chevrolet 400. Las reuniones de madrugada eran habituales. A esa hora volvían de trabajar los choferes y por eso era natural la reunión para comentar las cosas del día. Supongo que muchas veces habían visto el lucero. Pero ninguna como aquélla. Si era el lucero, claro.
Que algo sea efectivamente digno de narrarse depende más de las personas y de los ocasionales relatores que van agregando o despojando de palabras a un relato. Si uno de esos relatos contados llega a ser una trama memorable es porque representa el promedio de numerosas voluntades aplicadas en prorrogarlo. Así, dicen, ocurrió con los poemas atribuidos a Homero, perdurados por voces anónimas y numerosas. Tal vez, cuando después de un par de siglos alguien se demoró en escribirlo, harto de que la historia se hiciera cada vez más compleja, resumió a esos centenares de autores que la habían modelado y les aplicó el nombre de Homero para que no quedaran huérfanos de padre. El empeño de pelotones de arqueólogos en tratar se asignarle la identidad de la ciudad de Troya a un montón de piedras y flechas de cobre ni le restan ni le suman más a la leyenda, que tiene valor por lo que cuenta con prescindencia de que eso haya existido alguna vez por fuera de la imaginación de sus minuciosos autores. Es mucho más probable que un hecho devenga en leyenda a que una leyenda se convierta en historia. Del mismo modo, la narración del ovni perdura como un testimonio de que también aquel barrio destartalado en donde nunca pasaba nada podía ser un territorio donde ocurrían cosas maravillosas.
El conocimiento racional devela lo que hay de real en los mitos. Tal vez todo tenga una explicación. En cierto sentido la historia del mundo es una ardua carrera de desmitificación. Sabemos que no hay seres interestelares que acechen a la Tierra y que los truenos no son provocados por al ira de un dios aplicado a descargarla mediante un martillo de fundición de enormes proporciones. Sin embargo, permanece entre nosotros la nostalgia de los tiempos en donde las cosas ocurrían de acuerdo a la voluntad de dioses erráticos que disputaban a los humanos el control de las cosas. De esas fracturas de la realidad derivan los mitos, que son el modo de cristalizar ilusiones. No desdeño la fantasía. Después de todo, buscándola con cierta inteligencia y un poco de pasión se la puede encontrar en cualquier parte. Inclusive en uno de los centros del universo, que estaba en la esquina de Viel y Zañartú cuando se anunció el ovni.
No dudo de la existencia de aquella noche. Ahora, ya pasado el tiempo, hasta yo mismo creo haber visto planeando sobre la esquina de Viel y Zañartú una esfera plateada que irradiaba luz de día en el medio de la noche. Las ilusiones cumplen, en general, la física de las estrellas fugaces. Duran un instante pero ese instante es único y, por lo tanto, irrepetible. Perseveran lo que una impresión sobre las células del fondo del ojo que componen la retina.
Ahora, aquella visión es leyenda. Sin embargo, no por eso en el barrio deja de tener cierto prestigio. Cuando vuelvo a él y peleo por disipar el montón de nada que se difunde por las calles, espero encontrarme con el puñado de muchachos mirando hacia el cielo de fotografía que cristalizaba las estrellas y el fulgor de ese punto blanco.
Y me digo, después de todo, que tal vez haya existido el ovni.”
Y justamente nos llega entre tanta INFO este MATERIAL …
al que también nos surge un parafraseo del estilo ZANARDI..
”Y me digo, después de todo, que tal vez haya existido el ovni.”…
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