19 de enero de 2025

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Apagando la Luz de Veneros

Apagando la Luz de Veneros

Uno de los primeros artículos publicados en esta larguísima serie semanal fue el dedicado a la "Luz de Veneros". Nada menos que en julio de 2005. Entonces les conté lo que unos pocos autores habían recogido hasta entonces, entre ellos mi querido amigo Albino Suárez en sus "Historias de Laviana, Sobrescobio y Caso" publicadas en

Uno de los primeros artículos publicados en esta larguísima serie semanal fue el dedicado a la «Luz de Veneros». Nada menos que en julio de 2005. Entonces les conté lo que unos pocos autores habían recogido hasta entonces, entre ellos mi querido amigo Albino Suárez en sus «Historias de Laviana, Sobrescobio y Caso» publicadas en 1996. Después, y sin variaciones, otros han ido repitiendo la misma versión, dando por bueno lo que escribió el 2 de septiembre de 1898 un periodista del diario «El Comercio», que firmaba como «Lauri» y que ya figura en la relación de fenómenos paranormales asturianos.

Para que recuerden de qué estoy hablando tengo que resumirles primero lo que se publicó en ese momento. El artículo, que ocupaba parte de la portada y de la segunda página del periódico, se titulaba «Una excursión al Campo de Caso. La Luz de Veneros» y empezaba narrando cómo el periodista, queriendo comprobar lo que se decía de aquella luz que se aparecía sobre la aldea de Veneros, había viajado acompañado por otros excursionistas desde Gijón a Laviana en ferrocarril y desde allí hasta Caso en un vehículo de sangre por el camino que entonces unía los dos concejos, para llegar al anochecer y alojarse en casa del secretario del Ayuntamiento.

Aquella misma noche, después de cenar, «Lauri» fue invitado por el cura párroco a contemplar aquella luz misteriosa desde una pequeña galería de la casa rectoral y mientras esperaban que surgiese la maravilla, el anciano sacerdote le fue narrando una leyenda que se vinculaba con lo que iban a ver.

Según dijo, Teresa Jiménez Díaz y Álvarez de las Asturias, la mujer de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, descendía de los condes de Caso. Por eso, cuando una de sus hijas se unió a su vez con el conde de Carrizo, el Cid les regaló este condado y se establecieron aquí. Pero el de Carrizo era una mala persona, cobarde y maltratador de su esposa, que además usaba el «derecho de pernada» para adelantarse a los esposos en las bodas que se celebraban en su jurisdicción. En una de esas ocasiones, mientras esperaba en sus aposentos a la desgraciada de turno, un fuego misterioso quemó su castillo y su cadáver nunca se encontró, por lo que se decía que aquel espíritu se aparecía cada noche sobre Veneros para purgar su culpa.

En esas estaban, cuando el cura señalando un punto por encima de la torre del homenaje del castillo dio aviso de que ya se estaba produciendo el fenómeno:

«Todos miramos y, como a distancia de 300 metros, vimos una luz roja, intensa, fuerte, fija, mucho mayor que la que produciría la de un coche, casi tanta como la de una farola de tercer orden colocada a aquella distancia; estaba quieta e iluminaba la encrucijada de dos caminos; cerca de ella no había casa ni habitación; permaneció fija como unos 15 segundos, después desapareció».

Según el periodista, unos ancianos le contarían más tarde que así la habían visto siempre y que sus abuelos también la conocían desde tiempo inmemorial porque se presentaba casi todas las noches en el mismo sitio o próxima a él, aunque lloviese o nevase. También el sacerdote aseguró que aquella luz salía todos los días del año, sin importar la estación, e incluso alguna vez se movía ante quienes la observaban:

«Hace años en una noche espantosa de invierno, en la que nevaba y ventaba con verdadera furia, hubo que conducir el Santo Viático a un enfermo, mandé aparejar mi mula, y como el enfermo no podía esperar, marché acompañado de dos o tres hombres, entre ellos el secretario que les da a ustedes alojamiento. Al llegar a la encrucijada, el que llevaba el farol dijo ¡la luz! Y efectivamente, había aparecido la luz, que por encima de sus cabezas describió un arco de círculo, yendo a desaparecer en un lugar inmediato al río».

Al llegar a este punto de la conversación, «Lauri» siguió contando que la luz volvió a surgir un poco más a la derecha del punto donde primeramente había aparecido y cogió unos gemelos para poder verla «clara e intensa como una antorcha grande»; así estuvo fija unos instantes y después volvió a desaparecer.

El caso es que esta semana, leyendo los «Fragmentos de mis memorias» de Adolfo Posada, he encontrado un párrafo sorprendente que cambia todo lo que se ha escrito hasta ahora sobre esta anomalía celeste, porque nos hace pensar que esta historia no fue más que un juego literario.

Como seguramente sabrán ustedes, Adolfo Posada fue uno de los intelectuales krausistas del llamado «grupo de Oviedo» que revitalizaron en su época la cultura asturiana. Nació en Oviedo el 18 de septiembre de 1860 y allí se licenció en Derecho al cumplir los 18 años; después, tras un intento fallido de cursar Filosofía y Letras en Madrid, regresó a Asturias para preparar su tesis sobre las «Relaciones entre el Derecho Natural y el Derecho Positivo», con la que se doctoró en diciembre de 1880.

Siendo ya muy mayor, intentó escribir sus memorias, pero en 1936 su casa madrileña fue arrasada y con ella su biblioteca y los documentos personales que tenía preparados. Entonces se exilió en San Juan de Luz hasta que finalizó el conflicto. Luego, murió en Madrid el 8 de julio de 1944.

No obstante, en 1983, la Universidad de Oviedo publicó lo que él había escrito, con el título que ya les he adelantado: «Fragmentos de mis memorias» y en este libro está el relato en el que Posada contó, con la fidelidad al recuerdo que le permitía su avanzada edad, cómo pasó las vacaciones de 1880 preparando su tesis doctoral en la rectoral de Tanes, donde vivía su tío sacerdote, y para distraerse de su trabajo se dedicó a escribir otras cosas más relajadas:

«…Una distracción que consistía en inventar sucedidos imposibles, componer artificiosos cuadros, interpretar pluma en mano la naturaleza circundante, verla, describirla, sentirla. Y me complacía en ensayar de qué modo o bajo qué forma se veía o vivía este o aquel coin de nature a través de mi temperamento: recordando cierta célebre fórmula de Emilio Zola en su obra crítica ‘Le Roman Expérimental’, si no me equivoco.

«Para dar gusto a mis colaboradores aldeanos, tan inclinados a la leyenda y lo supersticioso, escribí un breve relato titulado ‘La luz de Veneros’, inocente fantasía que publicó la ‘Revista de Asturias’, y bajo el influjo de Zola, que Tomás Tuero y yo leíamos entonces con avidez, me atreví nada menos que a componer una ‘novela’, no un cuento, no, una novela, inspirada, si el recuerdo no me falla en ‘La Faute de l’Abbé Mouret’ del novelista francés».

Tengo que decir que he revisado a fondo todos los ejemplares de la «Revista de Asturias» de 1880 y 1881 sin encontrar el cuento de Adolfo Posada, por lo que pienso que seguramente se equivocó al decir que había publicado en ella su artículo; pero no cabe duda de que lo escribió y estará en otra parte. Cuando demos con él podremos ver como reflejó también la leyenda del conde de Carrizo. En cuanto al periodista «Lauri», tampoco he localizado más informaciones sobre él, por lo que, igual que hago siempre cuando se trata de temas gijoneses, he recurrido a quien más sabe de esa villa, el cronista oficial Luismi Piñera, quien con su generosidad habitual ha revisado su archivo sin encontrar en las ediciones de «El Comercio» más firmas de este supuesto corresponsal.

Entonces, resulta extraño que se le cediese la página principal del diario a alguien que no era conocido, para que tratase un asunto como este. Buscando la razón, no puedo evitar relacionarlo con el desgraciado momento político que vivía entonces este país y que iba a concluir el 10 de diciembre de 1898 con la firma del Tratado de París, que supuso el fin de nuestro imperio colonial.

Debemos tener en cuenta que tras el desastre de la armada española en la bahía de Santiago de Cuba, el Gobierno aplicó una censura previa a las publicaciones que estuvo vigente desde el 14 de julio de 1898 al 8 de febrero de 1899, aplicando multas y cerrando periódicos, por lo que estos tuvieron que esforzarse en mantener el interés de sus lectores publicando otras noticias entretenidas que hiciesen olvidar la cadena de humillaciones que estaba padeciendo España.

La leyenda de la Luz de Veneros asegura que esta fue observada ininterrumpidamente durante siglos y así lo escribió Posada en 1880 y también más tarde Aurelio del Llano en sus «Bellezas de Asturias», pero lo cierto es que actualmente no existe ningún testigo vivo que lo haya visto. En cuanto a la crónica de «Lauri» –cuya verdadera personalidad nos gustaría conocer–, creo que se trató solo simplemente de un entretenimiento periodístico. Lo siento por quienes defienden que este fue uno de primeros ejemplos del fenómeno ovni en España.