Mallorca sirve de escenario para cualquier cosa, incluidas las que parecen de otro mundo. Por eso no puede extrañar que las primera impresión de Graham Dunlop, al saberse ganador de una mansión de lujo ubicada en Selva y con suerte reservada a británicos, sea la de sentirse «como si hubiera aterrizado en otro planeta». El Ayuntamiento de Selva ha dudado de la legalidad de la operación que ha montado Omaze en la finca del Puig de Sa Creu. También están en cuestión los principios éticos de un trasvase de propiedad restringido y sustentado sobre el negocio camuflado y el azar. Dado que Mallorca es una fiesta, nos la podemos rifar aunque sea vulnerando su dignidad. No hay más regla a seguir. Ya no hablemos de identidad ni integración. Solo lujo y sol alejado de las brumas británicas, un clima y confort que, por cierto, tampoco se localiza en otro planeta. Por eso había que situar la suerte en Mallorca, en Selva, más en concreto.
La solidaridad contributiva con la investigación del alzhéimer ha ido a remolque de la banalización de la propiedad y la tierra mallorquina con actitudes próximas a la ofensa de residentes y autoridades locales. Nada de esfuerzo ni inversión, solo azar con asignación desmesurada. La mansión del Puig de Sa Creu es un premio caído del cielo después de haber sido descontextualizado por mediadores extranjeros.
Graham Dunlop está en la línea adecuada al sentirse igual que en otro planeta. Cuando empiece a tomar conciencia del lote ganado y disfrutar de su ocio fortuito, entenderá que esta isla es un pequeño satélite vulnerable que gravita sobre la órbita de lo superficial y fácil, entregada a un turismo que incluso admite reglas británicas excluyentes.
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