10 de noviembre de 2024

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Un ovni y una momia alien: la historia del primer suceso extraterrestre del país

Un ovni y una momia alien: la historia del primer suceso extraterrestre del país

El hecho, que fue el primero registrado por la prensa nacional, recorrió el mundo y más de 100 años después pudo conocerse exactamente lo sucedido en Carcarañá, Santa Fe, allá por 1877. La ufología, nombre con el que se denomina al movimiento que investiga los llamados fenómenos ovni, nace con la prensa. Cuenta la historia

El hecho, que fue el primero registrado por la prensa nacional, recorrió el mundo y más de 100 años después pudo conocerse exactamente lo sucedido en Carcarañá, Santa Fe, allá por 1877.

Un ovni y una momia alien: la historia del primer suceso extraterrestre de la Argentina

La ufología, nombre con el que se denomina al movimiento que investiga los llamados fenómenos ovni, nace con la prensa. Cuenta la historia que el furor por los objetos voladores no identificados comienza el 24 de junio de 1947 en Washington, Estados Unidos. Ese día, el piloto civil Kenneth Arnold informa a un diario local haber visto naves con forma de búmeran sobrevolando su avión. Las mismas, según contó, hacían movimientos parecidos a los de un plato rebotando sobre el agua cuando es arrojado al ras. Sin embargo, este suceso, en cuyo abordaje periodístico se patentó también el término “platillo volador”, lejos está de ser la primera experiencia ufológica documentada.

Distintos escritos previos, algunos muy antiguos, dan cuenta de diferentes manifestaciones inexplicables de similares características. Incluso, otros periódicos habían registrado previamente testimonios parecidos. Lo que muy pocos conocen, en cambio, es que uno de ellos fue publicado por un diario argentino setenta años antes que el caso Arnold. Y que lo que se reportó en aquel entonces fue mucho más que “simples” aeronaves.

-> El descubrimiento

“Eureka! Eureka!”. El 13 de octubre de 1877, La Capital de Rosario imprimió con ese título una carta que generaría conmoción… cien años después. El autor de la misiva era un tal A. Serarg, un químico francés que quería asentar su más reciente e insólito hallazgo, realizado en la ciudad santafesina de Carcarañá.

municipalidad de carcarañá

Municipalidad de Carcarañá.

Municipalidad de Carcarañá.

El texto comenzaba así:

Carcarañá Este. Al señor redactor de La Capital. Muy señor mío: Estamos todavía bajo la impresión de un descubrimiento que acaba de verificarse y cuya novedad debe repercutir en las cinco partes del mundo. Hace cosa de un mes yo, A. Serarg, vine al Carcarañá Este para recuperar mi salud quebrantada. En los primeros días de mi llegada dirigí mis pasos al lado de las barrancas del río, tan pintorescas por sus grandes quebradas. Cuando había andado tres millas del pueblito me hallé frente a una gran roca negra, de forma ovoide y midiendo más o menos 30 varas de diámetro en su parte más ancha por 45 varas de largo. Me extrañó sobremanera al ver tan grande piedra aislada, en medio de las llanuras. Llamó sobre todo mi atención el aspecto negruzco y vitrificado que presentaba a la vista. La examiné detenidamente, y a los pocos instantes no me quedó duda: me hallaba delante de un aerolito… pero tan colosal como pocos se han hallado hasta la fecha.

Luego, Serarg cuenta que, a los pocos días, visitó de nuevo el extraño objeto astronómico junto a dos amigos, un tal Mr. Paxton y otro tal Mr. Davis (geólogo este último), en compañía de un “peón argentino llamado José Villegas”. Los hombres, entonces, se dispusieron a agujerear el aerolito para poder “analizar las diversas materias que componían su interior”.

Con lujo de detalles, describe:

Son notables, a primera vista, las rajaduras y asperezas de las cuales han debido desprenderse pedazos considerables: la masa entera está cubierta por cierto esmalte negro, desde 3 hasta 9 ½ pulgadas de espesor. El interior contiene 5% de carbón al estado de grafito, sulfuro de hierro magnético, un carbonato de magnesia y de hierro, el cual puede considerarse como una variedad de breu merite, sustancia ésta extremadamente escasa; sílice, talco, algunos minerales complejos que no se encuentran en el tierra, por ejemplo la Sheibirsite, que es un fosfuro doble de hierro y níquel, clorito de amoníaco, sal muy volátil. Su presencia en el aerolito es una prueba que el estado candente de la superficie no ha durado largo tiempo y que el calor no ha penetrado hasta el interior de la masa, y esto es en concordancia con la poca conductividad de su composición. Por fin, contenía Cesio y algunos silicatos alcalinos que nos son desconocidos.

Pero todo eso no era nada comparado con lo que, según el relato, se toparon después:

La piedra era muy dura para agujerear y adelantábamos muy despacito, cuando, de repente, la mecha encontró un hueco y se hundió más de dos varas. Extrañando el caso, determinamos de hacer agrandar el agujero lo bastante para poder entrar en el interior de la excavación, y por hacerlo más pronto tomamos a un peón llamado Pedro Cerro. Iban seis días, antes de poder realizar nuestro deseo. Al fin llegó el momento, y Mr. John Paxton, Mr. Davis y su servidor nos bajamos al fondo del misterioso hueco.

Lo que narra Serarg a continuación, y que transcribimos completo y de manera textual, no solo humilla en cuanto impacto al mencionado caso Arnold, sino que hasta llega a competirle a la teoría conspirativa más arriesgada acerca del célebre Incidente de Roswell:

La estancia adonde bajamos era cuadrangular y medía 2 ½ varas en todos sentidos. Después de algunos segundos de exploración, Mr. Paxton lanzó un grito diciendo: “¡Davis!”. “¿Qué hay?”, contestó el interpelado. “Mirad, mirad en este rincón”, y con el dedo nos indicaba un objeto encontrado en las paredes. Nos acercamos y juzgad de nuestra emoción cuando al examinarlo reconocimos qué era:. ¡un ánfora! Llamé a José para que nos alcanzara un pico, y después de trabajar algunos minutos tuvimos la dicha de tener en nuestro poder el precioso y extraño vaso. Era esto un ánfora de metal blanco, mal trabajada (plata y cinc) toda acribillada de agujeros y con dibujos extraños. La emoción nos había cortado la palabra, nos mirábamos sin poder hablar. Por fin, pasados esos primeros momentos y después de haber dado cada uno de nosotros su opinión sobre tan extraño descubrimiento, nos pusimos a examinar otra vez y muy detalladamente la estancia, esperando hallar otro objeto. Pero fue en vano.

Golpeando entonces las paredes y el piso, nos parecía que este último sonaba hueco. Después de averiguar el por qué nos convencimos que la estancia tenía por piso una plancha de metal negro y oxidado. Tratamos de levantarla, pero todos nuestros esfuerzos fueron inútiles y tuvimos que trabajar una hora y media antes de poder mover la plancha, que medía dos varas en todos sentidos. Bajamos de nuevo a esta segunda cueva y cual no sería nuestro estupor al descubrir una tumba rectangular, perforada en el granito y llena de estalagmitas calcáreas. En el centro se destacaba un cuerpo humano envuelto en un sudario calcáreo. Era extendido como quien duerme, y apenas medía media vara y dos cuartas. Su cabeza un tanto levantada se perdía bajo una almohada de carbonato de cal, y sus piernas también desaparecían bajo la cal.

De veras, no podían creer nuestros ojos. Nos parecía ser juguetes de alguna pesadilla, pero, sin embargo, todo ello era realidad y tuvimos que someternos a la evidencia. Acordamos entonces partir al calcáreo de por medio, y atacándolo con el ácido pusimos al descubierto una momia muy bien conservada. Desgraciadamente, no hemos podido sacar las piernas sin deteriorarlas. La cabeza ha salido casi intacta. No tiene cabellos, el cutis debía ser liso y sin barba, pero ahora es arrugado y parece cuero curtido. El cerebro es triangular, la cara aplastada, en vez de nariz tiene una trompa saliendo desde la frente, una boca muy pequeña, con sólo 14 dientes: dos órbitas de las cuales el cuarto es mucho más corto que los demás. La contextura general es muy débil.

La ilustración de la momia alien

La ilustración de aquella momia.

La ilustración de aquella momia.

Al lado de la momia no hemos hallado ni armas ni joyas, pero sí una pequeña chapa de plata bastante deteriorada en la cual se ve muy distintamente el dibujo de un rinoceronte, de una palma y del sol, como suelen dibujarlo las criaturas. Alrededor del sol había varias estrellas y hemos hallado muy aproximadamente las que separan los planetas Marte, Júpiter, Mercurio, Venus, la Tierra y Neptuno. Solo el planeta Marte era mucho más grande que los otros. Esta distinción acordada a Marte en daño de los demás planetas, ¿no nos demuestra con claridad el amor propio de sus habitantes? Creemos que sí, y a nuestro parecer no hay duda de que el aerolito es una ínfima porción del inmenso planeta, caída hasta nosotros por la voluntad del Todopoderoso para enseñarnos que no solo la Tierra es poblada con seres racionales.

Finalmente, y antes de firmar y datar la carta con la fecha del 12 de octubre de 1877, Serarg anunciaba:

El esqueleto del habitante planetario, el ánfora así como la plancha de plata estarán exhibidos de balde, durante mi permanencia en Carcarañá Este, en la casa de D. Francisco Ringoni, frente a la estación Central. El aerolito se puede ver en cualquier tiempo y día, pues por su gran peso lo hemos dejado en el lugar a donde por tantos centenares o millares de años había permanecido desconocido: esto es a 3 millas al Norte del Carcarañá Este, cerca de la costa, es un paseo de una hora desde la estación, por ir a verlo y volver. Invitamos a todas las personas cultas, que se ocupan algún tanto de la ciencia, para que se tomen la molestia de venir a dar un paseo, que con gusto le daremos todos los pormenores que deseen. Además, les enseñaremos también las actas que hemos levantado sobre el hecho, las cuales son firmadas por todos los vecinos del Carcarañá, y a las personas que nos hagan el pedido nos haremos un placer en obsequiarles un dibujo y una pequeña figura moldeada en yeso representando al habitante de Marte.

Como siempre, la salida es por la tienda de regalos.

-> El descubrimiento del descubrimiento

Tuvieron que pasar noventa años. Noventa años del histórico, monumental, ¡revolucionario! hallazgo de los restos de un extraterrestre y su nave espacial, nada más y nada menos que en el suelo de nuestra Patria. Noventa años sin noticias, sin saber qué fue de ellos ni de sus misteriosos descubridores extranjeros. Hasta que un periodista, también de La Capital, desenterró el único registro de su existencia.

El 15 de noviembre de 1967, el diario rosarino cumplía un siglo de vida. Un poco antes del aniversario, el redactor Manuel Acevedo se puso a revolver en el archivo del periódico, para el cual trabajaba. Escribía en la sección Deportes, pero para aquella ocasión le habían encomendado la tarea de rescatar notas interesantes publicadas durante la centuria pasada, con el fin de que fueran incluidas en un suplemento conmemorativo. En eso estaba cuando, de repente, un título llamó su atención. “Eureka! Eureka!”, leyó, y de inmediato hizo lo propio con el texto que encabezaba. Como no podía ser de otra manera, la reveladora carta de Serarg lo sorprendió tanto que, por supuesto, transcribió todas sus líneas para su próxima reedición. No obstante, y para su total decepción, la nota no fue seleccionada para el especial del centenario. Pero Acevedo la guardó y la recordó durante años.

La edición de Eureka

La publicación del diario La Capital de 1877.

La publicación del diario La Capital de 1877.

Poco más de una década más tarde, cuando la nota también ya había festejado su cumple número 100, recién pudo volver a ver la luz. Para ese momento, el interés por los temas ufológicos había crecido exponencialmente en nuestro país. Así que, cuando Acevedo leyó en algún lado lo que decía el “cánon” del momento, eso de que que el caso Arnold de 1947 había sido el primero registrado por la prensa gráfica, se le prendió la lamparita. Ahí mismo, les mostró a sus superiores lo que había encontrado once años atrás en aquella vieja edición de 1877 y, por fin, la historia del insólito incidente de Carcarañá fue develada al gran público nacional.

“De platos voladores y seres extraterrestres”, tituló su “refrito” La Capital el 27 de marzo de 1978. Y tanto fue el impacto que causó en la comunidad de expertos e interesados por el fenómeno que, rápidamente, decenas de investigadores pusieron manos a la obra.

Ese mismo año, distintos especialistas se acercaron a la ciudad santafesina para intentar probar la veracidad o falsedad de aquel extraordinario suceso oculto durante todo un siglo. El de mayor renombre fue el famoso ufólogo y parapsicólogo uruguayo Fabio Zerpa, quien revisó registros públicos y entrevistó a habitantes de la zona. Las conclusiones fueron parciales, pero no por eso dejaron de ser contundentes. Si bien nada ni nadie podía dar fe de la existencia de los restos hallados y descritos por Serarg, para Zerpa, como para muchos otros colegas de la época, el testimonio publicado durante la centuria pasada daba cuenta de un acontecimiento real.

Primera edición del diario la capital

La primera edición del diario La Capital en 1867.

La primera edición del diario La Capital en 1867.

Claro que se trataba de una cuestión de fe. No había ningún tipo de pruebas que pudiera certificarlo. Pero el llamativo lujo de detalles con el que el autor de la antigua misiva describía su hallazgo, así como algunas “coincidencias” con ciertas especulaciones ovnilógicas (según Zerpa, por ejemplo, las características físicas de la momia en el relato de aquel químico francés encajaban en una “tipología humanoide similar a la hallada en un OVNI accidentado en New Mexico”), convertían al caso en uno posible de ser real. ¿Por qué no iba a serlo, acaso? Si, total, ¿cuánto se cuestionaban otros tantos reportados? En definitiva, un misterio sin resolver más no solo no hacía daño: siempre era bienvenido.

Fue así que, gracias al célebre charrúa y a muchos otros entusiastas, Carcarañá recibió la visita de cientos de curiosos excitados por el enigma. Pero el tiempo pasó, el entusiasmo de disipó… y la farsa se reveló.

-> El descubrimiento del descubrimiento del descubrimiento

Al final, o en verdad al principio, la respuesta estaba en otra carta. Y en otra. Y en otra. Todo el misterio de la nave espacial y el extraterrestre momificado de Carcarañá fue develado gracias a una serie de misivas… escritas y publicadas trece años antes que la de Serarg en La Capital.

Un rico terrateniente local, el Sr. Paxton, había comenzado a excavar en busca de petróleo. Una mañana, el pico se recuperó sobre una roca de gran dureza; se había cruzado el tocón de aluvión, habíamos pasado un afloramiento carbonífero y estábamos trabajando en el terreno del Paleozoico. Pensamos que habíamos encontrado una vena e hicimos actuar la sonda, que trajo una especie de conglomerado formado por trampa, pórfido, cristales de cuarzo y compuestos metálicos. El señor Davis, un geólogo muy distinguido de Pittsburg, le rogó al señor Paxton que siguiera esta misa regular, y después de más de quince días de trabajo, una enorme masa algo ovoide de no sólo composición quedó al descubierto por la parte superior.

Paxton, Davis, masa ovoide… Si no les suena con esto, quizás sí con lo siguiente:

Nosotros trabajamos de noche, pero no fue hasta la tarde del tercer día que la placa de metal cedió. (…) Los asistentes no pudieron contener un grito de asombro. Tenían ante sus ojos un espacio rectangular de un metro de profundidad y dos metros de ancho, seguramente tallado en granito. El vacío estaba casi en todas partes lleno de concreciones calcáreas, especie de estalagmitas que brillaban a la luz de las lámparas. En el centro se destacaban muy claramente las formas de un hombre muy pequeño, como envuelto en un sudario de piedra caliza. (…) Aserramos a medio camino y transversalmente; rápidamente lograron poner al descubierto una momia real, admirablemente conservada, aunque un poco carbonizada en varios puntos. Los pies, muy cortos, no se podían quitar excepto si estaban gravemente dañados. La cabeza salió casi intacta, sin cabello; piel lisa, arrugada, transformada en cuero. La forma de su cerebro es triangular. Tiene un peculiar rostro en forma de cuchillo, con una especie de tronco que se extiende casi desde la frente, en forma de nariz; una boca muy pequeña, con unos pocos dientes; solo dos fosas orbitarias de las que sin duda se habían extraído los ojos, pues las cavidades estaban llenas de concreciones calcáreas. Los brazos muy largos descendían hasta más allá de los muslos; cinco dedos, de los cuales el cuarto era mucho más corto que los otros. Tiene un aspecto esbelto. La piel, quemada por todos lados, debe haber sido de un amarillo rojizo. Nosotros nos encargamos del resto de moldear a este singular habitante de mundos interplanetarios, y pronto podremos enviar dibujos del mismo.

Este texto, casi idéntico al atribuido al tal Serarg en la Santa Fe del siglo XIX (del cual solo reprodujimos fragmentos), fue publicado por el extinto diario francés Le Pays en 1864. Firmado por A. Lomon, un supuesto corresponsal del periódico en Estados Unidos, el relato da cuenta del también supuesto descubrimiento en Kansas de un aerolito que contenía en su interior una momia marciana . Y decimos “supuesto” dos veces porque no había ni Lomon, ni corresponsal, ¡ni mucho menos un alien!

Tanto la primera carta como todas las demás que se publicaron en el medio francés hasta 1865 fueron un engaño perpetrado y redactado por Henri de Parville, nombre artístico de François Henri Peudefer, célebre periodista, escritor y divulgador científico galo. Bajo el seudónimo A. Lomon, el autor construyó una sátira del mundo científico de su tiempo, y tanto fue su impacto que Pierre-Jules Hetzel, editor de Julio Verne, la publicó ese mismo año en forma de novela epistolar. El título del libro fue Un Habitante del Planeta Marte, y convirtió a de Parville en un pionero de la ciencia ficción moderna.

Henri de Parville

Por supuesto, uno de los pocos (y hasta, quizás, el único) que sabía todo esto probablemente haya sido quien plagió la historia y trasladó el engaño a nuestras pampas. Pero quien primero descubrió el fraude extraterrestre argentino y su origen, al menos de acuerdo a la información recabada por quien escribe, fue Marcelo Quiroga, compatriota, ufólogo, periodista y divulgador de la temática. En un artículo titulado “Ovni caído en Carcarañá”, en el que reproduce y cuestiona las conclusiones de investigadores que daban como posible la veracidad de lo publicado por La Capital en 1877, Quiroga cuenta que gracias a una nota de una vieja edición de la revista L´Annee Scientifique pudo dar con el texto escrito por de Parville e identificar la farsa. Pero, con el tiempo, no solo eso fue lo que detectó.

“La historia del famoso caso parecía terminada. Sin embargo, desde ese momento hasta ahora, he reunido algunos elementos más que dan forma a un fraude de características y alcances mucho mayores”, asegura el experto argentino, y prosigue: “Primeramente localicé un recorte del diario Los Andes (Mendoza) de Julio de 1965 en el que un lector daba a conocer un artículo muy antiguo del diario El Constitucional (Mendoza) del 16 de Enero de 1878, en el que se relataba textualmente el supuesto hallazgo de Carcarañá, aunque situándolo en América Central. Unos años más tarde di con el último, hasta ahora, eslabón de esta cadena. Publicado por la revista Reporte OVNI (México) en Noviembre de 1994 aparece un recorte del diario El Defensor de la Constitución (Zacatecas, México) del 20 de Julio de 1878, que reproduce textualmente el artículo de La Capital. La autora del informe de Reporte OVNI, Haydée Vázquez, hace gala de un inconcebible desconocimiento de la geografía local suponiendo que Carcarañá es una ciudad mexicana. Así, remata su obra maestra de la prosa con la siguiente frase: ‘El cadáver del ser planetario aún se encontrará en algún museo cercano a Zacatecas ¿o se habrá perdido debido al desgaste por el paso del tiempo en algún lugar desconocido?'».

Como puede verse y bien expone Quiroga, el falso hallazgo del ovni y de su correspondiente marcianito momificado no solo recorrió el mundo entero, sino que, de tanto que fue repetido, se convirtió en un verdadero mito. Uno que, estando más cerca de los 200 que de los 100 años de su nacimiento, afortunadamente pudo ser derribado. Enhorabuena.