Sábado, 30 de diciembre 2023, 17:37
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Ocurrió la noche de un 29 de abril en la provinvia de Salamanca hace, ni más ni menos, 22 años.
El insólito hecho acaeció en una pedanía de la provincia de Salamanca, Gallegos de Argañán, próxima a Ciudad Rodrigo y algunos de los periodistas de misterio de cabecera del país patrio, como Iker Jiménez o Javier Sierra, poco tardaron en ponerse sobre la pista de aquel particular suceso.
El impacto fue tal que la Unidad Orgánica de la Policía Judicial emitió un atestado en el que se recogían los testimonios de aquellos que habían visto unas extrañas luces posarse sobre el terreno en la finca Cuéllar, de unas 480 hectáreas aproximadamente.
El hecho no se redujo a la visión de dos testigos ya que, al día siguiente, el citado terreno apareció trufado de, al menos, 40 marcas cuyo origen, tal y como reseñaron los expertos, no era ni animal ni humano.
¿Qué había ocurrido, entonces, en aquel lugar durante la noche del 29 de abril de 2001?
Luminarias y dos testigos
Yuri Andreyev, ex teniente de las Fuerzas Armadas de Ucrania y de treinta y cinco años de edad, es sobresaltado por los aullidos y ladridos de los perros que rompen el silencio de la noche.
Con el extraño presentimiento de que algo poco común está ocurriendo en las inmediaciones de su domicilio sale del mismo e, incrédulo, observa, a cierta distancia, un brillante destello de luz.
Tal y como recoge Iker Jiménez en el libro «Encuentros OVNI», el testigo describe que se trata de una luz «en cuyo interior se distinguen, con un fulgor más fuerte, unas hileras de «lámparas» que parecen pulsar en mitad de aquella especie de vapor».
La reacción Yuri es montarse en su todoterreno e ir al pueblo, situado a menos de diez kilómetros de distancia de su domicilio, no sin antes deparar en el anómalo comportamiento de la piara de cerdos que se encuentra en el cobertizo: los animales se han hacinado en el centro del lugar, como si estuvieran aterrorizados.
Ya en su coche, Yuri observa una imagen aterradora: tres inmensas plataformas, armadas con luces, sobrevuelan a muy poca altura el terreno.
Yuri emprende su travesía, perplejo y aterrorizado a partes iguales, y logra colocarse en paralelo a esas extrañas luminarias; es entonces cuando logra observar cómo, al menos, unas cuarenta luces «evolucionan», situadas bajo tres plataformas gigantescas, en silencio.
A una distancia aproximada de cuarenta metros, recoge Jiménez, Yuri observa cómo de aquellas extrañas luces emerge una especie de objeto de forma cónica que se deposita directamente sobre el terreno.
El miedo por lo presenciado es tal que Yuri abandona el lugar como alma que lleva el diablo pero, en un arrebato de mala suerte, dos de las luminarias parecen haber reparado en su presencia y comienzan a aproximarse a él.
Parpadeando, ambas luces le aluzaron simultáneamente: «Fue entonces cuando metí la marcha y procuré salir de allí para llegar al pueblo y avisar…», aseguraba el testigo al periodista vitoriano.
Poco después de las once y diez, Yuri llega atemorizado al bar Lafuente, ubicado en la entrada de Gallegos de Argañán.
Domingo Hernández, propietario del lugar, analiza la mueca de terror de Yuri mientras, éste, le relata lo que ha presenciado: luces tan grandes como un pueblo.
Hernández no duda en ningún momento del relato del ex militar e, inmediatamente, ambos se montan en el coche en dirección a la finca en busca de las luces.
Al llegar al lugar del avistamiento, las extrañas luminarias aún están allí aunque, eso sí, las gigantescas habían desaparecido.
Tanto Yuri como Hernández hicieron hincapié en el absoluto silencio que reinaba en el lugar en el momento del avistamiento.
«Yo no sé qué podía ser aquello…, pero ahí estaba. Al minuto, quizás al ver las luces del coche nuestro, las «lámparas» se apagaron. No es que fuesen para arriba o para abajo…, sencillamente se apagaron como cuando se desconecta un televisor. Visto y no visto. Le aseguro que si no nos bajamos era por el frío que hacía… Pero, en fin, aquello, ya te digo, daba mucho respeto. Era algo blanquecino, como ovalado, emitiendo luz al suelo. La luz esa tocaba el mismo campo. Salimos de allí a toda prisa cuando todo desapareció. Y de nuevo en el bar, algo más tranquilos, llamamos rápidamente a la Guardia Civil. Siento no haberles podido llamar antes. Aquello de verdad que era un misterio. Cuando se personaron a la mañana siguiente estos señores, todo el terreno estaba sembrado de agujeros como nunca se habían visto…» declaraba Domingo Hernández a la Guardia Civil.
«Nunca había visto marcas como éstas»
A la mañana siguiente del encuentro de Yuri con aquellos extraños objetos, la finca de Cuéllar apareció sembrada por unos extraños hoyos en el suelo, distribuidos de forma totalmente aleatoria aunque, eso sí, se podían diferenciar claramente dos tipos de los mismos: una serie de ellos medían quince centímetros de diámetro y veinte de profundidad mientras que, los otros, medían treinta centímetros de diámetro y contaban con una profundidad de cuarenta centímetros.
Jiménez recoge el testimonio de un miembro de la Comandancia de Segovia quien aseguró, con absoluta rotundidad, que aquello no lo podían haber hecho los animales: «algunas tienen una simetría perfecta. Además, la tierra ha sido extraída a presión, uniformemente, guardando la proporción en todo el círculo. Lo más curioso, sin duda, es que la tierra está compactada por dentro. Perfectamente lisa, como si se hubiese introducido algún tipo de maquinaria». Yuri, a su vez, remarcó el hecho de que todos los animales presentes en la zona eran los cerdos y que, éstos, se encontraban encerrados; « nunca nadie ha visto marcas como éstas», añadía desconcertado.
Iker Jiménez, en su libro ‘Encuentros OVNI’, bautizaba este caso como el «último gran caso español» y aseguraba que «la experiencia, intensa y gratificante, fue de esas que a uno le reconcilian con el misterio de los no identificados (…)»
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