“Todo lo que tengo lo llevo a todas partes”, cantaba María Ezquiaga (Rosal) en una pieza sonora exquisitamente titulada “Educación sentimental”. Así opera Enzo Maqueira con su flamante libro, “Higiene sexual del soltero” (Tusquets, 2023). Transporta lo que fue a otro lugar. Retira del museo a su infancia, la hace palpitar en el personaje de Junior. “Es una novela, pero también una invitación al debate”, precisa el escritor a El Litoral.
Acompañarlo
Si hay que hablar de una referencia, la primera es el libro homónimo que, como dilucidó Tomás Rodríguez, Enzo “hackea”. Si me permite el colega, diría que efectivamente hubo un acceso a un dispositivo ajeno para manipularlo epocalmente. Hubo búsqueda de ruptura, de clivaje. Aunque también hubo jaque al rey del tablero: para sintetizar, el patriarcado. Pero antes de detenernos en el original “Higiene sexual del soltero”, vayamos a la otra referencia: “Stoner”, de John Williams.
Al respecto, Enzo puntualiza: “Tenía ganas de escribir un recorrido biográfico de un personaje. Quería ser honesto. No contar nada que no hubiera sabido, vivido o protagonizado. Todos los mandatos y límites que rompe y deconstruye el personaje, yo me ocupé de ir rompiéndolos también en mi vida para acompañarlo”.
Esta decisión del autor adquiere un vigor realista por la prosa llana, estimulada a base de escenas de comunicación no verbal y la puesta en valor de situaciones que en la vida real ya tienen su poesía. “Venimos de la TV, del videoclip”, suelta Enzo. Y aparecen hilados, hilándose: Freddie Mercury, He-Man, Leroy. “No me gustaban los hombres, pero siempre me atrajo una manera distinta de ser hombre. No me identificaba con el guerrero, el malo, el soldado; me identificaba con el que estaba de brillantina”, recuerda. En el último disco de Buscaglia (“Basta de música”, 2020), aparece Leroy. Para todo lo que pasa o pasará, habrá música.
Mi única ESI
Si se busca “Higiene sexual del soltero” en Google, además del libro de Maqueira aparecerá una reliquia de 1910. Su autor es Ciro Bayo. Un poeta, bohemio, aventurero que recorrió América Latina y España. “Una especie de Quijote medio loco”, recrea Enzo sintonizando con su yo de 12 o 13 años, ese que encontró el libro. Volvamos a él. Como cada verano, estaba en la casa de su abuelo en Comodoro Rivadavia. En esa época se le daba por leer a Wilbur Smith y James Hadley Chase. En medio de una colección no muy grande y mutante (el abuelo acostumbraba traer libros de la Biblioteca Pública), uno lo deslumbró. Forrado en blanco. No decía nada. Qué ocultaba. “Claramente, fui a él”, revela Maqueira.
En este punto, el preadolescente Leonardo se ve reflejado en el preadolescente Enzo. Y se acuerda de aquel libro que hablaba del Sida, en un contexto de campañas televisivas que apuntaban al VIH y al cólera. Iba a sexto o séptimo grado en la Escuela Macagno. Saqué el libro de la biblioteca, lo fotocopié. No me acuerdo casi nada de él, más que la tapa, el anillado. Déjà vu off. Aquel primigenio “Higiene sexual del soltero”, recuerda el entrevistado, daba tips para cuidarse de enfermedades venéreas, pero también hablaba de diferencias entre el varón y la mujer. “Decía un montón de cosas que hoy nos escandalizarían. Pero es la manera en la que se vivió durante mucho tiempo. Eso que nos inocularon, que vimos en las películas de Olmedo y Porcel: la bruja en casa, con el palo de amasar y los ruleros, y afuera la joven que representaba libertad y liberación. Para mí, era una revista Playboy que hablaba de sexo. También fue mi primera o única ESI”.
“Hoy en día, todo es una gran barrera para comunicarnos”, reflexiona Maqueira. Foto: Gentileza Prensa Planeta / Alejandra López
Gran barrera
Enzo leía lo que leía y vivía lo que vivía en el tránsito de los 80 a los 90. El contexto hacía lo suyo, para variar. Era el auge de “la peste rosa”, modo peyorativo en que se conoció al Sida. La sexualidad era sinónimo de represión, de peligro y de muerte. “Y una barrera, una barrera de látex entre vos y el otro”, lanza Maqueira en modo Moura. “Veíamos al sexo como una amenaza: ¡andá a sacarte de encima eso! Hoy en día, todo es una gran barrera para comunicarnos, sobre todo, en el vínculo heterosexual”.
Enzo iba a un colegio católico de varones. “No me podía sacar la idea de la Virgen María. Para mí, era la única mujer que existía, además de mi madre y mi hermana. Yo no concebía que las mujeres tuvieran un deseo, no podía entender por qué les gustaban los hombres. Creíamos, así nos educaron, que a las mujeres había que convencerlas para que gustaran de un hombre. Engañarlas, mentirles. Hacer lo que fuera para lograr que cayeran en la trampa del sexo. Encima era una trampa que suponía una amenaza para tu vida. Estos somos los hijos sanos del patriarcado de hoy”.
Enzo, hoy, se pregunta: ¿Por qué las pibas están tan enojadas con los pibes si es algo histórico? ¿Por qué ahora y no antes? Y se responde. “Antes los hombres también eran machirulos y también tenían privilegios. Pero cargaban, por mandato del patriarcado, con el peso de sostener a tu familia. Ser el padre proveedor suponía una carga insoportable. El padre proveedor laburaba 8 o 12 horas por día, llegaba a su casa y se sentaba a que su jermu le sirviera la comida. Había pagado el costo de sus privilegios. Muchos de los pibes de ahora tienen los privilegios pero ya no tienen la obligación. Históricamente, ser mujer supuso un montón de situaciones de víctima y de injusticias y ser hombre supuso un montón de situaciones de víctima también y de injusticias, pero también los privilegios. Había cierto equilibrio, ponele. Ahora, ese equilibrio se rompió: los pibes viven de los padres, no laburan, se jactan de no laburar, y encima quieren los privilegios de que la mujer los atienda, de sentirse superiores a las mujeres y menospreciarlas. De ahí creo que viene un poco el enojo extremo de ahora y con justa razón”.
¿Por qué?
En los primeros rasgos de sociabilidad de Junior Martínez, protagonista de esta remixada “Higiene sexual del soltero” emerge una categoría -y guiño generacional ochentoso- que lo ampara: OVNI. En el jardín y en la primaria, este niño novelado flotaba al modo de la canción que construyó Ariel Rot sobre versos prestados por Sergio Makaroff: como un objeto volador no identificado. La suya era una aparición chispeante y sensible, asediada por salvajes. Como la de su creador, Enzo Maqueira.
“Desde que entré al jardín de infantes, pasé de ser una persona a ser un puto. ¿Por qué? Porque corría raro. Porque no jugaba bien al fútbol. Porque decía aia como una nena. Durante mucho tiempo sufrí eso. No me ofendía que me dijeran gay, me molestaba que me segregaran, que me señalaran. En un momento quise responder a eso estando con muchas mujeres. Si bien toda la vida me peleé con los mandatos de masculinidad, algunos me entraron y los acaté. Y los sufrí también porque así como saltaba de cama en cama, después me despertaba, abría los ojos y decía: ¿dónde estoy? ¿quién es esta persona? ¿qué me llevó a despertarme con una persona que no me gustaba? ¿por qué engañé a mi novia y estoy llorando todo el día cuando no quería sentir esa culpa?”.
Hasta el 3 de junio de 2015.
La Q
“Voces muy lúcidas: Rita Segato, Luciana Pecker”, ejemplifica Enzo. Voces que le hicieron saber unas cuantas cosas. Que existe el patriarcado. Que a las mujeres las destruye, las reprime, las invisibiliza. Que a los varones los moldea, los obliga a ser de una manera. “O vas a tener problemas. O vas a sobreactuar. O vas a ser un chabón retraído, temeroso, cobarde. Salvo que tengas la suerte que tuve yo”, y en la sonrisa que no llega a pixelar la ventanita virtual se arma la imagen de ese amigo sensible, que le tendió un puente a Enzo. “Él ya sabía que era gay a los 11 años. Yo empecé a empatizar con la comunidad LGBTIQ+. En la Q de queer me siento parte. Ahí creo que hay un lugar para esos varones sensibles que llegamos hasta acá construidos como hombres. Pero a medias”.
Maqueira tiene un olorcito lusitano. Carioca, por qué no. Pero el apellido, también, guarda una magia que el anagrama desactiva. Si escondemos la “a” que sobra, armamos la palabra “quimera”. Otra vez el espejo espeja. Entrevistador y entrevistado. Más que nunca, dos caras de la misma moneda. “Yo nunca me terminé de construir porque me peleé toda la vida con estas cosas”, vuelve el escritor. “Hay cosas que construí, cosas que no, viendo hacia qué otros lugares podemos ir que no provoquen lo que el patriarcado”.
Una cifra. El 80% de los suicidios en Argentina es de varones, informa. “Hombres a quienes les dijeron que tenían que mantener a su familia. Trabajan mucho y se estresan. No van al médico ni a terapia. Hombres que afanan o se endeudan porque tienen que llevar el plato a la mesa. Sufren problemas de alcoholismo porque no pueden soportar estas presiones. Creo que es algo que está bueno empezar a hablar más. Sobre todo en estos momentos en los que hay una avanzada de masculinidad tóxica que se nos pretende imponer de arriba para abajo, a través del gobierno. Reivindican ser macho, cuando es una mierda. La pasás muy mal. Y te das cuenta en ellos: no los ves sonriendo y felices. Los ves enojados, escupiendo furia”.
Puertas abiertas
“Higiene sexual del soltero” es un recorrido por los distintos caminos que puede tomar la sexualidad queer. También se interna, hace zoom, explora dos consumos puntuales de la época: tecnologías y drogas. Fax, MSN, ICQ, Facebook, Instagram. Cannabis, cocaína, LSD, éxtasis, clonazepam. “Pertenecemos a varias generaciones que naturalizaron el consumo de drogas legales e ilegales”, reflexiona Maqueira, trayendo a colación una novela precedente (“Electrónica”, 2014).
Algunas de ellas, explica el autor, “vienen de la mano de la contracultura, de la apertura mental, de la idea del amor libre. Gran parte de las cuestiones que nos planteamos hoy no serían posibles sin gente que pasó por esas experiencias y descubrió que se le abrían puertas de la emoción y de la percepción. Muchas drogas legales se consumen sin receta: las consumen grandes, e inclusive a los chicos los están medicando para el déficit de atención. La química, la industria farmacéutica y el narcotráfico están en nuestras vidas constantemente, lo que pasa que lo tenemos tan naturalizado que no nos damos cuenta de cuánto efecto nos hace”.
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