Artaud es motivo de homenajes en el teatro Colón, de tesis de grado y posgrado, de una interminable lista de artículos y ensayos, y hasta de una reciente tendencia en TikTok: buscar imágenes o escenas de la vida real que se asemejen a la heterodoxa tapa de ocho lados, majestuosamente verde y amarilla.
Como puede leerse en algunos de los libros que reflexionan acerca del disco (hay varios, incluso uno especialmente dedicado a la tercera canción, Por), Artaud es en sí mismo una entidad cultural que, en Argentina, excede por lejos el apellido de un poeta surrealista. Para muchos, antes que cualquier otra cosa, ese vocablo francés que parece mezclar “arte” y “ataúd” es el nombre de una obra en permanente reverberancia, quizá el símbolo máximo del poder onírico y liberador de la música de Luis Aberto Spinetta.
A 50 años de su edición original, Artaud también es, casi de manera unánime, uno de los dos álbumes más importantes e influyentes de la historia del rock argentino (el otro, Clics Modernos, cumple 40 en breve). En el marco de ese aniversario tan especial, un revisionismo casi automático se encuentra con la cantidad de lecturas y de teorías que ha despertado este trabajo. Hasta la edición estadounidense de Rolling Stone se hizo eco del álbum que en 2007 había sido elegido como el mejor de toda la historia del rock nacional para la versión argentina de la revista. Y en medio de todo eso, con el archivo como guía, aparece un dato.
Para su autor, Artaud fue apenas cuestión de semanas. Entre el final de Pescado Rabioso como como banda y el inicio de Invisible, su tercer ensamble colectivo, se sucedieron apenas un invierno y media primavera. Pasaron sólo cinco meses y los procesos y los tiempos lógicos de un duelo y del nacimiento de otro proyecto. En ese breve lapso de tiempo, a sus 23 años, Spinetta regresó a la casa familiar, se instaló allí junto a un floreciente amor (la madre de sus hijos) y terminó haciendo su disco fundamental casi sin proponérselo.
Como coletazo presencial, en dos chispazos inolvidables de octubre, y antes de otro “mañana es mejor”, alcanzó a dejar una huella que todavía sigue latiendo con sus históricas actuaciones matutinas en el porteño teatro Astral, con apenas una guitarra y toda su personalidad como escudo.
Paso a paso, mes a mes
En junio de 1973, poco después de que Héctor Cámpora asumió como presidente y formalizó el retorno del peronismo al poder, Pescado Rabioso, cuarteto rockero formado por Luis Alberto Spinetta, Black Amaya, David Lebón y Carlos Cutaia, se disolvió a poco de lanzar su segundo disco (el doble Pescado 2, de febrero de 1973).
De un momento a otro, Spinetta volvió a sus canciones solitarias y acústicas y se sumergió en una avalancha compositiva en la que canalizó el cierre abrupto del proyecto y su descubrimiento de la literatura de Antonin Artaud. El francés lo influenció profundamente en una etapa en la que se alejaba del llamado “reviente” y comenzaba un ciclo vital que lo convertiría en padre algunos años más tarde.
“Sus días transcurrían entre la lectura de Heliogábalo, o el anarquista coronado y Van Gogh, el suicidado por la sociedad, la guitarra siempre a mano y el amor de Patricia Salazar, una joven que cursaba el último año del secundario”, precisa Pujol en El año de Artaud, libro dedicado al año en el que la arena política argentina, con el regreso de Juan Domingo Perón como hito central, transitó el paso de la revolución socialista inminente al comienzo del terrorismo de Estado anticomunista. Al momento de hacer un disco, el que faltaba en el contrato vigente con el sello Talent/Microfón, ese fue el material que naturalmente se impuso. A finales de julio se anunció: Pescado Rabioso lanzaría un último LP interpretado exclusivamente por Luis Alberto Spinetta.
Luego de tres meses de trabajo interno e intenso, Spinetta grabó las canciones en los estudios Phonalex a finales de septiembre, prácticamente solo y de noche (junto con el ingeniero Norberto Orliac). Según Pujol, su fantasía era “transpolar imaginariamente la habitación de su adolescencia al estudio de grabación”.
Formó dos tríos circunstanciales para cuatro de las nueve canciones. Tocaron como invitados su hermano Gustavo (baterista) y sus amigos y excompañeros de Almendra, el baterista Rodolfo García y el bajista Emilio del Guercio (por entonces en Aquelarre). Fue un disco gestado en modo “doméstico”, como define el autor de El año de Artaud, amparado en las principales relaciones humanas (su novia, su hermano, sus amigos) de quien por entonces ya era considerado “el Gardel de la generación del rock”.
La incidencia de la mirada sobre el mundo de Artaud fue mayúscula. Sobrevolando las nuevas canciones, había huellas claras del espíritu rupturista del ensayista y dramaturgo o de las cartas entre los hermanos Van Gogh que el francés había retomado. Fundamentalmente, la referencia principal era esa búsqueda de libertad absoluta que pregonaban sus textos.
Desde el formato de canciones que integran diferentes secciones o microrrelatos a la diversidad genérica (tan acústica como eléctrica), todo en Artaud tiene ese sello de impronta propia, ajena a las clasificaciones prestablecidas. No llamó la atención que Spinetta decidiera dedicarle el disco al escritor sumergido en la locura, ícono de la incomprensión y de ahí en más significante absoluto del impulso spinetteano a ir por más en cada nuevo round.
Manifiesto en vivo: dos mañanas en el teatro Astral
“Hay discos que parecen ser un disco, pero son otra cosa”, distingue Fidel Sclavo en Vámonos de aquí. Leves instrucciones para navegar en Artaud, ensayo “a mano alzada” sobre el álbum editado recientemente por Vademécum.
“Desde la portada, Artaud era una flor rara. Algo de otro mundo que aparecía de una manera atípica y de pronto terminaba ahí sobre la mesa como un lagarto verde. Un disco que no entraba en ninguna batea de disquería, ni anaquel o discoteca privada donde el resto de las portadas obedecían al mismo formato inalterable del cuadrado de 32 x 32 centímetros que aguardaban que les quitaras la funda para ser escuchados. Pero Artaud no. No era eso, nunca lo fue. Desobedecía las reglas, desde ese formato atípico: un octógono irregular y ‘puntiagudo que parecía un ovni, un animal quieto que no se iría a quedar quieto en ninguna jaula”, intenta captar poéticamente el pintor y diseñador gráfico uruguayo.
“Es como una hamburguesa dietética, con mucha espinaca”, describió en su momento el propio Spinetta sobre la excéntrica portada diseñada junto con Juan Gatti. “Es un lindo intento de cambiar las cosas y es un buen intento de llamar la atención”, reflexionó en esa misma entrevista para el programa televisivo Elepé (2009), dedicado al disco.
Pero antes de que Artaud quedara inmortalizado en esa silueta inconfundible, tuvo lugar su manifestación en vivo, que fue prácticamente mínima y tan fugaz como el proceso mismo del disco. A poco de que estuviera disponible en las disquerías, Spinetta decidió adelantarlo en dos shows en el teatro Astral, a finales de octubre de 1973 (hubo otro de rebote en La Plata), que hoy están disponibles en YouTube y en plataformas digitales.
Allí, el músico adelantó algunas canciones, pero también construyó una performance vinculada al concepto del disco. Después de proyectar fragmentos de películas, un tema de Jimi Hendrix o el reciente The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd, Spinetta apareció en escena con guantes de goma verdes porque lo había soñado. De ahí en más, su actuación fue un manifiesto en cuerpo presente, paralelo al que le entregó al público al ingresar a la sala: Rock, música dura: la suicidada por la sociedad.
Si se escucha el registro del 28 de octubre, Spinetta parece alguien decidido a confrontar con quien se le ponga en frente. El tono de manifiesto es también musical y gestual. En ese acto, el músico también está dejando claro cómo pretende manejar su relación con la audiencia. No es casual, claro, que el cierre de aquellos conciertos (en los que finalmente el músico se impuso a toda adversidad inicial) haya sido con Cantata de puentes amarillos, acaso el símbolo mayor del disco, cuya repetición final es también premonitoria: “¡Mañana!”.
Un mes más tarde, Spinetta presentaría allí mismo a su nueva banda, Invisible.
50 años después
A la luz de la historia, el impacto dejado por este primer ensayo de disco solista no deja de cimentarse. Lo que Spinetta vivió como un fulgor de apenas unos meses trascendió generaciones y se volvió símbolo de una idiosincrasia artística. La imagen se transforma dato a partir de una revelación: el diseño basado en Artaud es uno de los más vendidos de la fábrica de remeras rockeras Rayosán.
El dueño de ese emprendimiento afincado en barrio San Martín es uno de los fanáticos más exhaustivos del “Flaco” y ha desarrollado un seguimiento enciclopédico de cada uno de sus movimientos. Sus dos volúmenes de entrevistas con miembros de la “galaxia” en torno al músico (Luisito y Luisito 2) son inagotables. Para Jorge Kasparian, también autor de La Biblia Spinetteana, lo que sucedió con Artaud es definitivamente especial, incluso más allá de sus preferencias personales.
“Artaud toma mucha mayor dimensión después de la muerte de Spinetta”, asegura, y enumera alguna de las razones: “El formato raro, la reedición en vinilo, más un montón de mitos que se van dando, como esa noticia falsa de que habían encontrado 25 mil discos originales en un galpón de Temperley”.
A su vez, el escritor y serigrafista pone énfasis en el aporte que significó la versión de Bajan, a cargo de Gustavo Cerati (quien también incluyó un fraseo de Cementerio club en el MTV Unplugged de Soda Stereo). “Le dio toda una envergadura de mito a un disco que ya se había convertido en mito in situ, en el momento”, apunta.
“Hay una parte de Spinetta que va a ser muy difícil de entender en tanto y en cuanto no lo consumas y lo consumas y lo consumas. Artaud es la síntesis de todo eso”, dice Kasparian, que también señala el hecho de que el disco no fuera presentado formalmente más allá de aquellas mañanas del Astral.
Sobre esos shows, también míticos a esta altura, agrega un detalle: “Para mí fueron un quiebre esas dos presentaciones. Ahí él deja sentado un precedente y lo ejecuta a lo largo de su vida: ‘Yo voy a tocar lo que quiero, en el orden que quiero, y me van a tener que escuchar’”.
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