17 de diciembre de 2024

Extraterrestres

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¿Por qué nos fascinan los extraterrestres?

¿Por qué nos fascinan los extraterrestres?

Hay algo en esos hombrecillos verdes que apaga nuestro raciocinio, pero, la pregunta es ¿por qué? ¿Qué tienen esos descomunales ojos negros que nos encandilan? Sus pieles pálidas y verdosas se han hecho un hueco en nuestra imaginación y no podemos sacarnos de la mente sus cuerpos, desnudos, bajitos y huesudos… Pero por suerte no es amor, es obsesión

Hay algo en esos hombrecillos verdes que apaga nuestro raciocinio, pero, la pregunta es ¿por qué?

¿Qué tienen esos descomunales ojos negros que nos encandilan? Sus pieles pálidas y verdosas se han hecho un hueco en nuestra imaginación y no podemos sacarnos de la mente sus cuerpos, desnudos, bajitos y huesudos… Pero por suerte no es amor, es obsesión, una extraña fijación con los extraterrestres que arrastramos desde hace décadas.

Escuchamos con atención las historias de personas supuestamente abducidas y fantaseamos con un encuentro entre civilizaciones. Son protagonistas (o antagonistas) de películas, novelas, videojuegos e incluso algunos géneros innombrables. ¿Cómo han llegado a parasitar la conciencia colectiva de nuestra sociedad? ¿En qué momento decidieron quedarse a vivir en nuestro haber cultural? El fenómeno Ovni necesita respuestas, y algunas son antropológicas.

Podríamos habernos centrado en otros muchos monstruos de ficción, algunos medievales como los unicornios y los dragones, que por antigüedad deberían tener preeminencia en nuestro cerebro. O, tal vez, algún extraño críptozoo, como el yeti o el insigne chupacabras. Sin embargo, nos hemos quedado con los alienígenas y hemos construido todo un entramado de historias y razas extraterrestres de lo más complejo. Pleyedianos, grises, anunakis… Cada uno cuenta con sus historias, los hay buenos y los hay villanos, y el repertorio no deja de crecer. Quien quiere creer ve pruebas allá donde mira: en los dígitos de pi, en las paredes de una arcana pirámide maya o en los trasquilones de un campo de maíz de Arkansas. ¿Son tantas las evidencias? ¿O es que quien tiene un martillo solo ve clavos?

Alguien en la inmensidad

Los motivos son muchos, como ocurre con casi cualquier fenómeno social. Uno de los principales es que, en el fondo, nos sentimos solos. No hablamos de esa soledad que se apodera de nosotros al volver a casa tras hacer horas extras y que nos empuja a encender Netflix y engullir las sobras del chino del último sábado. Hablamos de la búsqueda de un igual en el universo. Alguien ahí afuera, en la inmensidad, que nos ayude a entender qué somos. Una civilización que, por comparación, nos ponga en contexto y nos muestre nuestras bondades y nuestros pecados. ¿Qué podemos esperar de una especie tan inteligente como somos nosotros? ¿Son las guerras una consecuencia inevitable de nuestro desarrollo cognitivo? ¿Somos responsables del animal que somos? ¿Hay ONGs en otros sistemas solares? ¿Cuántos alienígenas han sufrido un fraude como el de las preferentes?

Buscamos un espejo en el oscuro cosmos y tal vez lo encontremos, pero no podemos dejar que nuble nuestro juicio. Y es tentador abandonarse a estas ensoñaciones, porque viven de la incertidumbre más absoluta y eso libera nuestra imaginación. ¿Qué podemos esperar de una vida totalmente diferente a la nuestra? Solo conocemos una familia de seres vivos, la nuestra, ésta que vive en el planeta Tierra y en la que, aunque lejanos, todos somos parientes. Tataranietos de los tataranietos de los tataranietos de algún ser unicelular que vivió hace miles de millones de años. No tenemos otros ejemplos con los que guiarnos. Es como si tratáramos de imaginar un pato cuando en nuestra vida solo hemos visto caballos. No hay en nuestra memoria las piezas suficientes para reconstruir alienígenas, y eso nos deja desbarrar tanto como queramos, imaginando hombrecillos verdes, pero también seres de pura energía o conciencias planetarias. Los alienígenas son la arcilla en la que modelamos nuestros sueños y nuestras pesadillas, la excusa perfecta para ponernos introspectivos.

Infinidad de mundos

Otro motivo es la escala. Se hace muy difícil creer en minotauros y mantícoras cuando conocemos cada metro cuadrado del Peloponeso y las islas helenas. “Si solo estamos nosotros en el universo, cuanto espacio desaprovechado” decían en Contact, la icónica película basada en el libro de Carl Sagan. ¿Somos acaso tan especiales como para pensar que estamos solos en el cosmos? Estamos hechos con los ladrillos más frecuentes del universo: carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno… Hay casi una infinidad de planetas y algunos pueden dar cobijo a la vida. De hecho, los últimos estudios apuntan a que los planetas habitables son más de los que pensamos. Otra cosa es que, en la inmensidad del espacio y del tiempo coincidamos con otra de esas civilizaciones, pero no olvidemos que a nuestro cerebro le gusta creerse el protagonista.

Hasta no hace tanto nos pensábamos el centro del universo y de la creación. Hemos vivido unas cuantas humillaciones a manos de la ciencia, pero ese sesgo sigue vivo y del mismo modo que los accidentes les pasan a otros, los contactos con civilizaciones alienígenas nos pasarán a nosotros. Si no… no hay historia que podamos contar y mucho menos protagonizar. A fin de cuentas, muchas veces pensamos en clave de narrativa, sobreestimando la importancia de las decisiones y pasando por alto que, muchas veces, las veces, las cosas ocurren por casualidad o incompetencia, no por una conspiración tramada en un oscuro cónclave. No obstante, hay un último motivo, uno más prosaico que todo esto, y es el desconocimiento.

La ignorancia

Hace mucho que no hay apariciones marianas y, a decir verdad, los dioses nórdicos no se han materializado ante nosotros en una buena temporada. Cuando ocurren cosas que escapan a nuestro entendimiento sentimos la necesidad de explicarlas y así surgen los mitos. En otros tiempos eran deidades de algún panteón mitológico, hoy son alienígenas, mucho más plausibles para la ciencia. El problema es que la mayor parte de la sociedad somos ignorantes en la mayoría de las disciplinas, y entre ellas está la astronomía, la meteorología y otras cuantas que explican con facilidad eventos que, desde el desconocimiento, podemos identificar como alienígenas. Por eso los astrónomos y meteorólogos no proporcionan testimonios de naves extraterrestres, eso lo hacen otras figuras con autoridad, pero sin conocimientos específicos en estos campos, como los militares.

¿Significa todo esto que no tenemos motivo para creer que estamos siendo visitados por naves extraterrestres? Efectivamente. Y si esperabas una respuesta más tibia, lo siento. No tenemos motivos porque no hay pruebas. Las presentadas por los ufólogos no han sobrevivido al análisis científico y la misma Nasa es tajante sobre los Ovnis: “No hay razón para concluir que tengan origen extraterrestre”. Lo que sí tenemos son muchos motivos para que surja un fenómeno Ovni, todos ellos tan humanos como faltos de rigor. Y ahí es donde tenemos que hacer un esfuerzo para sobreponernos a nuestros deseos, abandonar el pensamiento volitivo y aceptar que, aunque no estemos solos en el universo, lo más plausible, es que todos esos platillos sean tan fantásticos como el hombre del saco. Porque si llega una prueba válida, la comunidad científica será la primera en celebrarlo.

En ningún momento pretendemos decir que no existan otras formas de vida en el universo. La mayoría, posiblemente sean unicelulares o el equivalente que haya encontrado la naturaleza de otros mundos, pero puede que algunos hayan desarrollado civilizaciones e incluso hayan logrado sobrevivir a sí mismos y a lo que conlleva el progreso tecnológico. Esa no es la discusión. Hablamos de el fenómeno Ovni y de teorías conspiranoicas sobre alienígenas que han entrado en contacto con la humanidad. Esa es la diferencia entre la pseudociencia de la ufología y la ciencia de la astrobiología. Una trabaja con las pasiones y la otra con la evidencia.

de La Razón, de España