Cuando se habla de los conciertos de Björk (Islandia, 57 años) hay que intentar evitar las referencias a hadas o extraterrestres, que de tanto usarse se han convertido en tópicos manidos, pero resulta complicado. Porque un espectáculo tan inclasificable como el que este lunes presentó en Madrid hace que uno piense en, maldita sea, hadas y extraterrestres. Fueron exactamente 92 minutos sorprendentes. A estas alturas no se sabe muy bien si lo que hace es convertir el caos en belleza o la belleza en caos. Lo que está claro es que la ligereza hace tiempo que no le interesa y ayer en algún momento en el que tan solo sonaba su voz, un arpa y percusión parecía que estábamos ante un nuevo tipo de hardcore. Björk es capaz de crear una tormenta sónica indescriptible y al segundo siguiente ser delicada como un pañuelo de seda. Sea lo que sea lo que hace, eso no es pop. ¿O sí? Es tan difícil afirmarlo como negarlo.
Cornucopia, el espectáculo que empezó a mover hace tres años por el mundo, es elegante y es exquisito. Es distinto pero no difícil. Es único de principio a fin. Todo se sale de lo estándar. Para empezar la elección de la banda: un septeto de flautas vestido como, allá vamos, hadas del bosque, arpa, teclados y percusión. ¿Puede eso ser pop? También se sale de lo habitual su vestido de Stina Randestad, su tocado dorado y la elaborada máscara que por momentos le cubría la cara. O la escenografía, basada en majestuosas proyecciones en tres dimensiones sobre un telón traslúcido que tapa el frontal del escenario. Es algo así como El sueño de una noche de verano creado por un alien. ¿Ven? Ya estamos otra vez con las hadas y los extraterrestres.
Cornucopia fue diseñado en 2019 para la inauguración de The Shed, un nuevo centro cultural de Nueva York. Dos años antes, Björk había publicado Utopia, un disco futurista producido por ella con colaboradores como la artista electrónica venezolana Arca. Después llegó la pandemia y aquello quedó en barbecho. Björk, que llevaba muchos años viviendo en Brooklyn, volvió a Islandia. Allí concibió y grabó Fossora, su último disco, un álbum publicado en 2022. Es distinto a Utopia, pero comparten la misma visión del mundo. Björk se ha convertido en una activista medioambiental y eso impregna su trabajo. De su militancia da cuenta que en los conciertos incluye un discurso de Greta Thunberg y su propio manifiesto que aparece en rótulos sobre el telón. Comienza diciendo: “Es una emergencia. Para sobrevivir como especie necesitamos definir nuestra utopía”.
En 2023 retomó Cornucopia. La parte europea de la gira comenzó en Lisboa el día 1 y el lunes recaló en España, solo una noche. Era la primera vez que actuaba en Madrid desde 2007. En esta etapa del tour ya ha incluido en el repertorio temas de Fossora, aunque Utopia sigue siendo el álbum clave. No hay concesiones. Las escasas revisiones de las canciones más conocidas de su carrera son casi irreconocibles. Sobre todo Venus As A Boy, convertida en un duelo entre ella y un flautista. Pagan Poetry, la más cercana a la original, se transforma de repente en Loss, un tema de Utopia. Porque, esa es otra, pocas canciones suenan enteras, fusiona dos o tres en una especie de suites que demuestran que su personalidad es lo que une todas sus composiciones. Esa voz llena de matices que lo llena todo, esa forma de cantar que puede ser caricaturizada, pero que nadie ha conseguido imitar. Si Björk se ha convertido en referencia de decenas de artistas 25 años más jóvenes, de Rosalía a Grimes, es porque es inimitable hasta el punto de que cuando se intenta hacerlo sale otra cosa.
Lo curioso de Björk es que por mucho arriesgue, por lejos que vaya, nunca parece que lo haga por fardar, no es un “Mira mamá, sin manos”, todo tiene sentido. Las percusiones acuáticas de Blissing Me, con el músico austriaco Manu Delago dejando caer agua en una pecera son de una sutileza mágica. Lleva una cámara de reverberación en la que se mete a cantar a capela y encaja. Sigue teniendo una potencia vocal única.
Se ha dicho muchas veces que los directos de Björk son máquinas de generar seguidores. Seguro que la mayoría de los 8.500 espectadores que fueron ayer a verla al Wizink Center lo eran antes de entrar (las carísimas entradas no animaban precisamente a correr riesgos). Seguro que entre los que fueron que no la conocían, alguno pensó que aquello era histriónico. Pero puedo también asegurar, porque lo vi, que de allí salieron nuevos devotos de esa, perdonenme por el tópico, hada llegada del espacio exterior.
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