14 de noviembre de 2024

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La afición a los juguetes retro afianza otro ‘triángulo friki’ en Barcelona

La afición a los juguetes retro afianza otro ‘triángulo friki’ en Barcelona

Un Renault 5 naranja reposa sobre la mesa, calladamente armado con un arsenal evocador, igual que las demás miniaturas de coches que colman la tienda de Chechu Sanz en los Encants Nous. Es la guarida que cobija en Barcelona los juguetes que han escapado de la hoguera implacable del fin de la infancia. Supervivientes al

Un Renault 5 naranja reposa sobre la mesa, calladamente armado con un arsenal evocador, igual que las demás miniaturas de coches que colman la tienda de Chechu Sanz en los Encants Nous. Es la guarida que cobija en Barcelona los juguetes que han escapado de la hoguera implacable del fin de la infancia. Supervivientes al paso del tiempo, opositan a convertirse en piezas de coleccionista, expuestas en los anaqueles atestados de seis locales ocultos en las vetustas galerías de una manzana en el límite del Eixample con Sant Martí. Aquí oficia un digno templo del fenómeno fan, que asiste a quien se resiste a rendir la niñez. No cierra en agosto, porque en vacaciones se sigue peregrinando de dentro y fuera de la ciudad, también del extranjero, para tributar honores a la añoranza. 

Unos modelos felizmente cascados por horas de furioso pasatiempo se aparcan en las estanterías de Irdol, el comercio de Chechu. También se apilan carretadas de maquetas intactas. Todos aguardan al acecho para arrojarse sobre cualquier pecho frágil al resorte de la memoria. Ocurre con el R5, réplica del que empezó a circular en 1972, en fardón color butano: a quien torpemente aquí escribe le invoca el recuerdo de los primeros veranos, cuando tocaba desafiar las estrechas dimensiones del habitáculo para encajar a la familia de camino al pueblo. 

A Chechu le pasa con el Renault 6: guarda en casa cerca de un centenar de versiones a pequeña escala del modelo, el mismo que su padre conducía. “Comencé tarde a ser coleccionista, con 30 años -cuenta-. Mis juguetes estaban desaparecidos en combate. ¿Si vendemos nostalgia? Totalmente. Se trata de recuperar lo que tuviste, lo que perdiste o lo que te hubiese gustado tener y no conseguiste”.

“Es una especie de viaje al pasado”, interpreta Xavi Escudero, el pionero de las jugueterías retro de los Encants Nous. Llegó en 2015 y abrió la puerta de Tannhäuser, tal como se llama su tienda, de evidentes resonancias ‘bladerunnerianas’. No es el único emblema identificable de la ciencia ficción: en el escaparate brillan figuritas de época del ‘Planeta de los simios’, de ‘Dune’ (la de Lynch, no la de Villeneuve), de la serie ‘UFO’, de Gerry Anderson… Por haber, hay hasta un juego soviético de trenecitos, con la caja trufada de caracteres cirílicos.   

Morriña treintañera

Para que no se pierdan “como lágrimas en la lluvia”, Escudero ha rescatado cantidades ingentes de ‘madelmans’, de ‘nancys’ y ‘airgam boys’, como unos uniformados al estilo del Barça ‘preDream Team’ -no cuesta reconocer a los émulos de Schuster y Migueli-, alineados dentro de un estuche envuelto aún con el precinto original. “Está tal como salió de la fábrica, sin jugar. Vino de una casa donde vivían dos hermanos. Les compraban todo por duplicado y solo abrieron una caja”, precisa Xavi.

No todo el género es solo memoria sentimental para quienes rondan los 50 años. “Los juguetes de los 70 han ido de capa caída. Se venden, pero no tanto”, puntualiza Escudero. En las galerías se palpa que la morriña del pasado pellizca ya también a los nacidos en los 80: predominan los artículos de las ‘Tortugas Ninja’, ‘Másters del Universo’, ‘Dragon Ball’, ‘Transformers’… “Esto es generacional: llega un momento en que se quiere recobrar la infancia perdida”, constata Escudero.

“Ahora la media está entre los 30 y pico y los 40: quieren lo que había cuando eran jóvenes… Bueno, más jóvenes”, sonríe Llibert Zubero, al frente de Retrotoys. Toca sobre todo ‘merchandising’ de películas y series, lo mismo que empezó a adquirir como aficionado: blísters cotizados con personajes de ‘Star Wars’ de los años 80, figuras antiguas y actuales de Marvel, ‘X-Men’, ‘Alien’, ‘Star Trek’… También dedica una sala a videojuegos de primeros de los 90. “Está en tendencia”, señala Llibert: unas migas de la magdalena de Proust se desparraman sobre el televisor Elbe Sharp donde Alex Kidd continúa arreando mamporros.  

Afición creciente

Los Encants Nous se surten, sobre todo, de particulares. Los juguetes provienen de pisos que se vacían tras un fallecimiento, de matrimonios que se deshacen de las pertenencias que los hijos abandonaron al crecer, de coleccionistas obligados a sacrificar sus posesiones para despejar el cuarto que ocupará un hijo que está de camino… “Vienen clientes de Madrid, Andalucía, Zaragoza, Inglaterra, Francia, Estados Unidos… Aunque hay gente que se ha acostumbrado a comprar en internet. Eso nos perjudica”, teme Zubero. 

“Noto que ahora nos ofrecen más. También ha aumentado la gente que se dedica a vender”, destaca Ana María Criado, que regenta Cazadores Funko Pop. El nombre deja a las claras la mercancía que exhiben, aunque no son monotemáticos: acumulan también ‘Cazafantasmas’ y ‘gi-joes’ ochenteros, kits completos de antiguos ‘playmóbiles’, muñequitos de PVC de todas las series imaginables de hace décadas… Además, pescan álbumes de cromos y, ojo, fabrican y pintan figuras en 3D: dan fe ET, Robocop y Johnny 5, el robot de ‘Cortocircuito’, juntos en la vitrina.

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“Toca mucho la fibra. Hay jóvenes que se empiezan a interesar por el ‘vintage’, introducidos por sus padres”, observa Oriol García. “Es un coleccionismo al alza”, se percata Yus Queralt, que despacha tras el mostrador de ArqueoToys. Confía en que las nuevas generaciones prosigan con el ‘hobby’. “Hay demanda de ‘Pokémon’ y otro tipo de líneas, aunque no sé si se coleccionarán tantas cosas físicas como videojuegos”, duda. 

Aunque no tan notorio como el del paseo Sant Joan, los jugueteros han articulado otra clase de ‘triángulo friki’. Se sostienen echándose una mano unos a otros, ya sea con la promoción o los clientes. Todos se agarraron a la afición para salir de un apuro, fuera el paro, un trabajo precario o un negocio que se fue al traste. “No encontraba trabajo y vi una posibilidad de vivir a partir del coleccionismo, que es puramente sentimental”, expresa Queralt. Le inspira la ilusión de quien se reencuentra con su particular grial, capaz de resucitar el pasado: “Quizá sea una pieza que cuesta cinco euros, pero me llena más eso que una venta de 300 euros. Da energía para continuar”.