Según el testimonio de este trabajador ferroviario bahiense, el fenómeno sucedió en enero de 1975. Su caso es uno de los más emblemáticos de nuestro país. TN habló con él sobre su transformadora experiencia.
“En 1962 la Armada argentina ya estudiaba estos eventos que aparecían en los radares y volaban a velocidades inauditas, salían de la atmósfera y se metían debajo del agua”, señaló a TN Andrea Pérez Simondini, Directora de la Comisión de Estudio del Fenómeno OVNI (CEFORA) y una de las caras visibles del Museo del OVNI en Victoria, Entre Ríos.
La experta completó: “Desde hace 70 años podemos decir que existe una tecnología operada por una inteligencia superior que, claramente, de haber tenido alguna intención maliciosa para con nosotros, ya nos hubiéramos dado por enterados”.
Para Simondini, el tema de las abducciones o “experimentadores” como lo llama ella, está tan contaminado por distintas situaciones como el de los ovnis. En ese sentido, explicó que son muy pocas las personas que pueden acreditar haber estado “en cercanía del fenómeno o en proximidad de algo vinculado al fenómeno”.
Asimismo, indicó que en la Argentina existen cuatro o cinco casos emblemáticos. “Son extraordinariamente complejos, con mucha fundamentación científica y con respaldo médico”, subrayó la investigadora. Uno de ellos fue el de Carlos Díaz.
Era una madrugada de verano como cualquier otra, pero aquel 5 de enero de 1975 marcó un antes y un después en la vida del trabajador ferroviario que en su tiempo libre hacía “changas” como mozo. Cerca de las 3 de la mañana terminó su jornada en un casamiento para el cual había sido contratado y se dispuso a regresar a su casa en la localidad bahiense de Ingeniero White, pero no llegó.
Dieciocho minutos después Carlos Díaz apareció en Buenos Aires, en el patio de una casa del barrio de Constitución.
“Llevo 48 años contando lo que pasó y nunca he cambiado mi versión, yo recuerdo todo”, aseguró a TN Carlos Díaz. El tiempo lo ayudó a poner en palabras su experiencia y por sobre todo a comprender, pero entonces su impresión fue muy distinta. “Lo tomé como una desgracia en ese momento”, reconoció. Y así, Carlos inició un relato detallado de aquel viaje extraordinario.
Salió del evento, compró la edición de ese día del diario La Nueva Provincia y se tomó el micro que lo llevaba hasta Ingeniero White en la esquina de Colón y Estomba. Ya eran las 3.50 cuando se bajó en la parada que lo dejaba más cerca de su casa, frente a un galpón de máquinas del que justo en ese momento salían dos amigos suyos de trabajar.
Los tres hombres empezaron a caminar juntos y a los pocos metros fue cuando vieron aparecer una luz blanca en el cielo. No le dieron importancia, creyeron que se trataba de un avión, pero de repente esa luz se movió a gran velocidad sobre ellos. Un instante después, de los tres amigos solo quedaban dos.
“Mirta, Mirta, a Carlitos lo llevó un plato volador”, le gritaron los amigos de Carlos a su esposa cuando llegaron corriendo a su domicilio, según ellos mismos contaron en distintas entrevistas desde esa época. Mientras tanto, él apenas si podía entender lo que estaba pasando. “Yo estaba desesperado, gritaba, ni siquiera sabía lo que era un OVNI”, enfatizó.
“Tenía el cuerpo paralizado. Sentí nervios, miedo, ganas de llorar”, contó Díaz a este medio, aunque aclaró que en ningún momento “perdió la noción del tiempo ni la consciencia”. Había entrado en una suerte de esfera donde quedó de rodillas, porque no se podía parar, y así estuvo durante algunos minutos solo hasta que aparecieron repentinamente “tres seres verdes y sin manos”. “Ellos no se apoyaban ni caminaban. Levitaban”, agregó. Las criaturas, luminosas, tampoco hablaban, sino que se comunicaban telepáticamente.
En ese estado de shock en el que se encontraba, atinó a tratar de tocarlos. “El cuerpo (de las criaturas) parecía esponjoso”, describió Carlos, y sumó otro detalle curioso: “Cada vez que los tocaba se me caía el pelo y se les quedaba pegado a ellos”.
Pérez Simondini se refirió al caso de Carlos Díaz en la entrevista con TN y resaltó: “La historia clínica respaldó sus dichos sobre la pérdida total de vello en todo el cuerpo”. De hecho, la investigadora logró recuperar el documento y señaló que el trabajador ferroviario también fue sometido “a un examen psiquiátrico y salió indemne”.
“Había mucha evidencia física”, subrayó Pérez Simondini, y a modo de ejemplo mencionó “una marca que le quedó a Díaz a la altura del abdomen sin haber tenido nunca una intervención quirúrgica”. Otra particularidad del caso, por lo menos llamativa, fue el reloj con el que lo encontró la médica de guardia que lo atendió: “Quedó parado en la hora en que él dijo haber sido abducido”.
A las 4.17 de esa madrugada de 1975, Carlos fue encontrado en el patio de una casa en Constitución, a unos 600 kilómetros de donde vivía. Estaba dormido y tenía con él su bolso, el ejemplar de “La Nueva Provincia” que había comprado cuando salió de trabajar y el boleto del colectivo de la compañía La Unión que se había tomado unos minutos antes de ser abducido. Todo intacto, como si nada hubiera pasado.
«No me enfermé nunca más»
Pero pasó. Hoy, a punto de cumplir los 77 años, Carlos afirmó a TN: “Desde que me ocurrió esto no me enfermé nunca más. Ni un resfrío”. Ya no trabaja en el ferrocarril y tampoco vive en Bahía Blanca. Se mudó a Capilla del Monte, en Córdoba, donde transmite su historia sin fisuras a quien la quiera escuchar.
“No me gustaría volver a verlos”, concluyó sobre el cierre de la entrevista en relación con los seres que lo visitaron hace tantos años. No obstante, con la misma firmeza señaló: “No me hicieron daño, pero yo solo quería seguir con mi vida normal”.
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