Jorge Luis Flores
12:17 20/08/23
En estos días, la mera mención del nombre Roberto Bolaño, corre el riesgo de suscitar bostezos o miradas de hastío. No por su obra, claro; la obra se mantiene firme y avanza sin perder ni un ápice de su magnetismo. El motivo del fastidio se debe más bien al torrente de palabras que se ha derramado – a veces sincero y certero, otras redundante y oportunista – sobre los libros del autor chileno y sobre su mito. Entonces, ¿por qué añadir una gota más a ese río de textos parasitarios que se desborda? En parte porque sé que, como bien nos recuerda Calvino, los clásicos se sacuden continuamente de encima el incesante polvillo de los discursos críticos, de manera que mi pobre mota de polvo poco daño puede hacer, y en parte porque acabo de releer Llamadas telefónicas y el reencuentro me procuró una enorme dicha.
Cuando hablo de dicha no me refiero a una alegría comunicada por los cuentos – no hay felicidad ni esperanza en Llamadas telefónicas – hablo de la dicha del lector; ese placer que surge al ser partícipe de una verdad que ha encontrado su forma exacta. La pregunta es, claro, ¿cuál es esa verdad y cuál su forma exacta?
Comencemos por la estructura. El volumen consta de catorce relatos organizados en tres secciones, cada una con una temática propia: Llamadas telefónicas, cuyos cuentos versan sobre las miserias y victorias pírricas en la república de las letras; Detectives, en cuyas páginas se pasean personajes del hampa y detectives infames, y Vida de Anne Moore, cuentos que giran en torno a la vida de mujeres hipnóticas e infelices.
Entre las partes del libro hay vasos comunicantes y entrecruzamientos que atan al libro y le dan unidad. Para empezar, tenemos a la figura fantasmal del propio autor, a veces en su alter ego Arturo Belano (en ‘Enrique Martín’, en ‘El Gusano’ y en ‘Detectives’), a veces simplemente como narrador sin nombre que es posible reconocer por los lugares, tiempos y demás señas autobiográficas (en ‘Sensini’, ‘Compañeros de celda’ y ‘Vida de Anne Moore’). Están también, los consabidos temas de Bolaño, tantas veces señalados por críticos y académicos: el interés en la globalidad y la historia del siglo XX (en los cuentos encontramos a un chileno en Moscú, a un sevillano en el frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial, y a muchos latinoamericanos exiliados en España); el motivo de pesquisa detectivesca, casi siempre fallida (ilustrado en las inquisiciones sobre el suicidio de Enrique Martín, en el misterio del asesino que persigue a las mujeres en ‘William Burns’, o en la búsqueda del hijo desaparecido de Sensini); con las miserias del campo literario (sirva de ejemplo supremo el honorable y tristísimo Henri Simon Leprince, poeta atroz que durante la Francia de Vichy se dedicó a salvar a escritores que lo despreciaban); con el sexo como alimento para desahuciados (véanse a Sofía y al narrador en ‘Compañeros de celda’ y a la trágica actriz porno enamorada en ‘Joanna Silvestri’); y finalmente, la obsesión de Bolaño: el mal, la ventisca del mal que es particularmente atronadora en el diálogo entre los dos oficiales chilenos en ‘Detectives’, pero que igual barre las tierras baldías de todos los relatos.
No obstante, Llamadas telefónicas no se agota ahí. Hay otro hilo que atraviesa los textos y que se discute poco: la imposibilidad de conectar, la ausencia de un puente, la rotunda soledad de una llamada telefónica que se corta. Quizá esto se vuelve más evidente en los amores desafortunados que plagan los cuentos como una epidemia. En el relato que da nombre tanto a su apartado como al libro, las primeras líneas nos dicen: “B está enamorado de X. Por supuesto, se trata de un amor desdichado”. La desdicha de ese romance surge precisamente de la dificultad para comunicarse: B llama a X, pero X muchas veces “no dice nada”, es “cada vez más fría” y con esa carencia de palabras B siente que ella lo “está borrando”. La dinámica se repite en ‘Clara’ donde el narrador embelesado escribe a Clara largas cartas que ella responde escuetamente, cosa que él adjudica al miedo de ella a cometer errores gramaticales “aunque eso trajera aparejado mi sufrimiento ante su aparente frialdad”. Son tantas las avenidas cerradas para la unión en Llamadas telefónicas; no falla únicamente el lenguaje, también la cultura, como en ‘Nieve’, donde Rogelio Estrada, el comunista chileno exiliado en la Unión Soviética, se enamora de la atleta de salto de altura Natalia Mijailovna Chuikov, con quien entabla una relación abocada al dolor: “ella era rusa y yo chileno, sentí cómo se me abría el precipicio y allí mismo me puse a llorar a moco tendido”. Ni siquiera los cuerpos pueden servir de pasaje hacia la otra persona. Cuando el narrador de ‘Compañeros de celda’ y Sofía hacen el amor, ella llora ante el placer diciendo: “soy una coneja, decía, tengo el alma en otra parte y sin embargo no puedo evitar correrme”. En ‘Vida de Anne Moore’, Anne va por la vida dando tumbos, de relación en relación, y ahí todo falla: el lenguaje, la cultura, el sexo, al punto que la vida misma parece una serie de episodios inconexos. En ocasiones parece incluso que no existe el amor, sino apenas el simulacro triste y desesperado del amor: “¿Pero está enamorado de X o está enamorado de la idea de estar enamorado?”, se pregunta B. tras acostarse con ella y cuando acompaña a X durante su depresión: “Sus cuidados remedan los cuidados de un enamorado verdadero”.
Esa distancia insalvable entre los amantes actúa como una especie de epicentro y el terremoto se resiente en todos los cuentos, en todo tipo de relaciones: Amistades y rivalidades están hechas de equívocos, de silencios, de enigmas nunca discutidos ni resueltos. Es sintomático el cuento ‘Una aventura literaria’, cuya trama entera se sustenta en la incertidumbre de la interpretación: ¿Ha comprendido el ampuloso autor A la burla del amargado B? ¿Son los elogios de A sinceros o el inicio de una venganza? En ‘Detectives’, la desconexión alcanza su cenit cuando dos personajes ya no se reconocen en el espejo: para uno de ellos, el Belano preso, es un motivo de calma; para el otro, el oficial de la prisión, es una fuente de terror.
Una última característica que comparten todos los textos reunidos en Llamadas telefónicas: de cada uno de estos cuentos los personajes y el lector salen inquietos, sintiendo que algo se les ha escapado, algo fundamental, quizá justo la esencia misma del relato.
En sus ‘Consejos sobre el arte de escribir cuentos’, Bolaño sentencia en el décimo segundo y último punto: “lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo”. Y claramente Bolaño sitúa su poética en la estela iniciada por el ruso y llevada a sus límites de economía por el norteamericano (no en balde el epígrafe del libro es una cita de Chéjov); aunque de entre los descendientes de Antón Chéjov, me atrevo a afirmar que a quien más se parece Bolaño no es a Raymond Carver, sino al James Joyce de Dublineses.
Dublineses pone en acción la propuesta que Joyce formulara años antes en ‘Drama y vida’, donde incitaba a los artistas a dejar de suspirar por la magia perdida de los tiempos pasados para fijar su atención en “la gris monotonía de la existencia”. El objetivo de los cuentos de Joyce es ser anticlimáticos, retratar el evento que no tiene lugar: el encuentro que no se da, el viaje que no se toma, el éxito que nunca se dio. Bolaño hace lo mismo. En Llamadas telefónicas lo fundamental, lo que sería el centro del relato, o no está narrado o se narra sin dramatismo: la búsqueda de Leprince por la joven novelista francesa, el asesinato de Pavlov y la separación de Rogelio Estrada y Natalia Mijailovna Chuikov, la muerte de Sensini, el suicidio de Enrique Martín, la identidad del Gusano, el encuentro entre los escritores A y B, la razón por la que el detective busca a un tal English y entrevista a Joanna Silvestri, el asesinato de X y la resolución del crimen. Pero ahí donde Joyce muestra “a los hombres y mujeres tal como los encontramos en el mundo real” y puebla sus relatos de gente común, desprovista de glamur, Bolaño hace lo opuesto y llena sus historias de individuos extraordinarios llevando vidas extraordinarias: poetas de la resistencia francesa, poetas que investigan el fenómeno ovni, chilenos infiltrados en la mafia rusa, gringos metidos en incomprensibles líos de sangre en Sonora y actores pornográficos muriendo de sida. Bolaño, el ávido lector de novela negra y de ciencia ficción, el adicto a películas de serie B, el romántico desengañado, pero romántico, al fin y al cabo, no puede evitar la tentación de la épica, de lo grotesco y de lo sórdido. No obstante, su misión es la misma que la de Joyce: mostrar que esa gris monotonía de la existencia lo permea todo, incluso lo excepcional, y que eso mismo es el núcleo del drama.
Creo que esa es la verdad que encuentra su forma exacta en Llamadas telefónicas y en todas las mejores obras de Bolaño: Aun ahí donde la vida debería ser más intensa, la realidad se rehúsa a develar su significado. Un momento en ‘Compañeros de celda’ lo resume bien: “aunque me daba cuenta de que ese hecho, esa casualidad, estaba cargada de significados, no podía descifrar ni uno”. En ocasiones creemos entrever el sentido, el signo que nos justifica o nos redime, pero pronto se desvanece y volvemos a la búsqueda: en los libros, en el amor, en el sexo, en el viaje.
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