El pasado 26 de julio se abrió en Estados Unidos una trama que apasiona por igual a los amantes de los relatos conspirativos y de las novelas de ciencia ficción. El oficial retirado David Grusch, un ex combatiente en Afganistán que hizo carrera política en la investigación sobre OVNIS, testificó ante el Congreso con revelaciones de amplio impacto político y, sobre todo, mediático.
Las aseveraciones incluían desde la existencia de un “buen número” de vehículos espaciales en manos del gobierno de los Estados Unidos, a la posesión de restos “biológicos no humanos”.
En el medio, Grusch también afirmó haber leído documentos confidenciales en donde decía que los extraterrestres habrían estado involucrados en actividades y eventos “malévolos” e incluso, que el gobierno de Benito Mussolini habría recuperado una nave espacial en 1933, y que el Vaticano había contribuido a su traslado a Estados Unidos a fines de la Segunda Guerra Mundial…
En definitiva, las aseveraciones de Grusch se centraron en cuestiones de difícil comprobación, ya que, como el mismo declarante afirmó, él no había visto nada de manera directa, y sólo se limitó a informar lo que autoridades de entes militares, científicos y de inteligencia le habían informado tiempo atrás, o lo que había leído en documentos secretos y clasificados.
Más allá del dudoso carácter de las declaraciones, que fueron rechazadas por las entidades de gobierno aludidas, sobrevoló la sospecha de que el gobierno no estaba transparentando todo lo que presuntamente podía saber sobre contactos con formas de vida extraterrestre.
En este sentido, por su experiencia política y su rango militar, la presentación de Grusch ante el Congreso le dio un nivel de respetabilidad pública como así también de preocupación por la seguridad nacional a un asunto que, inicialmente, fue considerado como un terreno para las especulaciones y las fabulaciones, con un impacto apenas marginal en la vida política.
Los primeros registros de naves aéreas sin identificar arrancaron con la Segunda Guerra Mundial, no casualmente, en un momento en que Estados Unidos se convertía en una potencia global que debía hacer frente a nuevas amenazas y, eventualmente, también a nuevos enemigos.
Fue con la Guerra Fría y frente a la presencia soviética que el Pentágono tomó cartas en el asunto. La Fuerza Aérea lanzó el Proyecto Libro Azul en 1947 y hasta 1969, indagó en más de 12 mil avistamientos de los cuales 701 permanecieron sin identificar. Ante sus mínimos resultados, una auditoría de la Universidad de Colorado determinó que el Programa debía clausurarse.
Mientras tanto, la política errática frente a lo que a nivel popular se consideraba como una amenaza cada vez más evidente, no sólo profundizó el nivel de paranoia frente al contacto con formas de vida extraterrestre, sino que también alimentó la desconfianza y los relatos en torno a sectores del gobierno (o del “Estado profundo”) que, por intereses ocultos, resultaban parte fundamental de una “gran conspiración” para ocultar información vital a la opinión pública. El cine de ciencia ficción de los años ’50 a los ’80 es suficientemente elocuente al respecto.
El interés del gobierno estadounidense por los OVNIS resurgiría hace quince años, ya en el último tramo de la presidencia republicana de George W. Bush. En 2008 el senador Harry Reid fue un factor estratégico para que el Congreso financiara el Programa de Identificación de Amenazas Aeroespaciales Avanzadas (AATIP) que entre 2008 y 2012 investigó el avistamiento de aviones no identificados para el Departamento de Defensa.
Si bien el objetivo eran los “objetos voladores no identificados”, el Programa apuntaba a la detección de los más modernos sistemas armamentísticos aeroespaciales extranjeros, con un sentido anticipatorio para los próximos cuarenta años.
Para ello, la Agencia estableció un contrato con una de las principales empresas de seguridad aeroespacial, Bigelow Aerospace Advanced Space Studies, perteneciente al empresario hotelero John Bigelow, uno de los financistas más destacados del Partido Republicano, conocido además por sus inquietudes en torno a la existencia de extraterrestres y los fenómenos paranormales.
Sin encontrar evidencia alguna de ovnis y extraterrestres, el AATIP comenzó a languidecer, aunque cada tanto –como ocurrió en 2017– importantes medios como el New York Times colocaron en primera plana la existencia de programas del gobierno destinados a la exploración de nuevas formas de vida, atrayendo momentáneamente la atención pública y, sobre todo, el interés político.
Fue ya durante la actual administración de Joe Biden –en medio de la escalada bélica con Rusia– que el gobierno volvió a la búsqueda deliberada de objetos voladores no identificados.
Hoy en día, en la jerga de los especialistas en defensa, la sigla “UFO” (“Unidentified Flying Object”), ha sido reemplazada por un término más neutro. Se impuso así la sigla “UAP” (“Unidentified Aerial Phenomenon”), traducido como “Fenómenos Anómalos no Identificados” (FANI), con el que se pretende dar cuenta de una nueva realidad, mucho más terrenal, en el que el centro de atención son las naves con tecnología más avanzada o desconocida, que no necesariamente son extraterrestres.
En junio de 2021 la Dirección de Inteligencia Nacional publicó un primer informe y en noviembre, el Pentágono conformó un grupo de expertos para identificar objetos extraños en el espacio aéreo. En mayo de 2022, un subcomité de inteligencia de la Cámara de Representantes tuvo su primera audiencia en el Congreso en más de medio siglo.
A nivel institucional, es probable que el principal cambio haya sido el de la conformación de la presuntuosa “Oficina de Resolución de Anomalías de Todos los Dominios” (“All-domain Anomaly Resolution Office”-AARO), fundada en julio de 2022 bajo la órbita del Departamento de Defensa y a la que pertenecía David Grusch.
Más allá de los contactos extraterrestres, conviene tener una lectura terrenal de los hechos: es aquí donde confluyen varias líneas interpretativas para comprender el trasfondo de las declaraciones de Grusch frente al Congreso. Su presentación fue mientras se debatía el presupuesto para el área de defensa en 2024 y cuando una avanzada republicana de la línea más dura, explora la escena para un impeachment a Joe Biden por presunto ocultamiento de información.
Las declaraciones de Grusch se vinculan con una política exterior crecientemente agresiva hacia Rusia que prevé enfrentamientos militares con China y, eventualmente, con Irán: así lo plantea el Subcomité de Amenazas y Capacidades Emergentes en su búsqueda de un mayor financiamiento para la enigmática y estratégica oficina AARO.
Al fin y al cabo, tal como afirmó John Kirby –portavoz oficial del Consejo Nacional de Seguridad en plena crisis por los globos procedentes de China– : “No creo que el pueblo estadounidense deba preocuparse por los extraterrestres”. Esta tal vez sea una prueba más de que para el gobierno de Biden, la agente Dana Scully de la serie Los expedientes secretos X todavía es más creíble que su compañero Fox Mulder…
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